lunes, 26 de febrero de 2007

Estocadas de cronistas






De Zócalo, No. 73, Marzo 2006
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Estocadas de cronistas contra toreros, desde la segunda década del Siglo XX

Por: Víctor Becerril

Para quien lo intente, resulta muy difícil descifrar la complejidad de una relación entre la fiesta brava y los medios de comunicación. Es otra vez el maridaje que nace desde hace muchos años entre el deporte y el entretenimiento como espectáculo –en este caso el taurino– y la necesidad de mantener el negocio mediante la difusión del triunfo y la derrota, o del resultado de una faena.

Pero los toros como espectáculo son otra cosa. Amalgaman tradición, herencia cultural, arte, poesía, pero también poder, snobismo y corrupción. Verdad y falsedad al mismo tiempo, algo de lo que García Márquez llamó alguna vez realismo mágico, para referirse a una de sus obras cumbres.

¿Sabe alguien cómo se han construido los grandes mitos de la fiesta (y del deporte)? Mucho hay de verdad y mucho de soslayar la realidad, para no caer en el extremo y decir que de mentira, porque cuando el torero se equivoca suele pagarlo inclusive con la vida, y eso no es ficción.

Así se concreta el interés hace algunos meses del Centro Taurino Potosino para incluir en su programa del XVI Encuentro de Peñas Taurinas (grupos de aficionados a la fiesta de los toros) el tema ‘La crónica y la crítica taurina’, sustentada por la maestra Gabriela García Padilla, integrante del grupo Bibliófilos Taurinos de México.

De qué otra manera se entiende la crítica de los propios expertos en tauromaquia, que señalan el mal momento por que el pasa actualmente la fiesta y la falta de calidad en todos sus aspectos, lo mismo en la baraja de toreros, que en la carencia de imaginación de las empresas y en la participación de la prensa.

Gabriela García Padilla sorprendió el 19 de noviembre del 2004 a quienes la escucharon referirse a la ‘Crónica taurina pagada’ con la que hacía referencia al trabajo que con ese título publicó la revista Tiempo en febrero de 1943, para denunciar públicamente la corrupción de medios informativos que en aras de sostener el espectáculo ‘sangraban’ a los toreros de la época, incluyendo a los mejores, como Lorenzo Garza, Pepe Ortiz y Silverio Pérez, quienes se veían obligados a deducir de su sueldo igualas para cronistas taurinos, agrupados para lucrar con los espacios periodísticos.

Tiempo, revista semanal cuyo director era Martín Luis Guzmán, publicó durante varios meses el producto de sus investigaciones, aclarando que lo hacía por la exigencia y denuncia de algunos de sus lectores, para descubrir la esquilma de algunos periodistas a los toreros, lo que para algunos significó la ruina.

De esta investigación podría deducirse que tal vez la corrupción en la fiesta de los toros sirvió como ejemplo para que esa práctica se reprodujera en otras fuentes deportivas, con otros reporteros que cubrieron fútbol, box y el béisbol, hace 50 años.

Los primeros chayos para la prensa

Esto fue lo que la concurrencia al Encuentro de Peñas Taurinas escuchó de parte de Gabriela García Padilla: "Nunca hubiera imaginado el fundador del periodismo taurino en México, don Julio Bonilla, editor de El arte de la lidia (1885), que su desinteresada afición serviría luego para mermar las ganancias de los toreros", dijo ante el público potosino, que siguió el tema con interés. Aclaró que la corrupción no era exclusiva de periodistas mexicanos: "Esta situación también existía en España; la aparición de Joselito significó un río de oro para la prensa española. Se fundaron periódicos y desde entonces dejó de ser un secreto que los toreros gastaban el dinero en comprar a la prensa taurina. Para echar de España a Gaona (Rodolfo, torero mexicano), Joselito pagó a un periódico, mientras que Gaona fundaba el suyo", siguió leyendo García Padilla, quien lanzó después una pregunta:

"¿Qué pasaba en México? Muerto Venustiano Carranza se reanudaron las corridas de toros y surgió entonces la pugna Gaona-Sánchez Mejías, quien habló claro: 500 pesos a Monosabio, cronista de cabecera de Gaona, para atemperar un poco su gaonismo; 400 a Don Verdades, de Excelsior, y cuotas de 100 y 50 pesos por corrida para cronistas de menor importancia.

"Así corrieron los años. Monosabio se hizo de una casa en Azcapotzalco; Don Verdades, Cascarrabias, Verduguillo, Juan Gallardo y Latiguillo (seudónimos de cronistas taurinos), eran la envidia del gremio. Cuando llegaban a México por primera vez los toreros españoles, preguntaban: ¿Cuál es la tarifa de Gaona? ¿Tanto?… Pues yo doy igual".

García Padilla comentó que algunos toreros se quedaron en la ruina por querer igualar las cuotas que pagaban los grandes toreros (como Gaona y Silveti) y "para que Luis Freg tuviera el dinero necesario para vivir, tenía que torear hasta en los pueblos".

"La cuota mínima para los toreros de primera fila era un centenario, pero Monosabio, cronista de El Universal, cobraba hasta 10 y 12 centenarios por corrida. Los toreros de tercera fila daban tres centenarios a los cronistas de los diarios matutinos; a los de la tarde como El Gráfico y El Mundo un centenario".

Nadie era torero sin permiso

Según el texto de Gabriela García el cronista Monosabio cobraba exclusivamente a los mejores matadores y señala: "Todos los toreros iban al besamanos a su casa los martes y nadie se podía hacer torero sin su permiso; como Armillita Chico no iba a visitarlo, emprendió una campaña contra él".

En otra parte de su texto la autora aseguró que los toreros españoles tenían la obligación de pagar a la prensa mexicana para que los tratara bien.

"Ante la evidencia de actos de corrupción, los gerentes de periódicos como El Universal, Excélsior, La Prensa y El Nacional acordaron dejar de publicar crónicas taurinas al término de la temporada. Eso llevó a que algunos periodistas trabajaran en casa y compraran después el espacio en los medios informativos para publicar sus crónicas.

"Verduguillo decidió comprar por contrato un espacio semanal en El Universal; Monosabio pasó a La Afición, donde pretendió seguir dominando a los toreros y como Balderas no acató su voluntad, lo persiguió toda su vida, y Armillita tuvo que ceder ante el tiraje de La Afición. Otros cronistas compraban planas de Excélsior, La Prensa, El Nacional. aunque naturalmente que lo hacían con el dinero de los toreros", señaló García Padilla.

Como este arreglo no era lo más adecuado, porque los periodistas se convirtieron en una especie de cobradores detrás de cada torero y los editores de los diarios no querían ‘fiarles’ el espacio, apareció Ricardo Toledo, "quien formó una organización para controlarlo todo. ¿De qué manera? Con mucho dinero. Él compró los espacios pagando por adelantado. Cobraba a los toreros y a las empresas, contrató a los cronistas –a quienes les evitó la molestia de andar detrás de los apoderados–, y ante esta propuesta todos aceptaron. Sólo El Universal y El Nacional prefirieron seguir solos. Toledo, sólo por cobrar y pagar se quedaba con el 50 por ciento del dinero involucrado. Los cronistas sólo tenían que escribir con desbocado verbo y pasar a cobrar puntualmente".

También los fotógrafos

Según explicó en San Luis Potosí la maestra García Padilla, el ejemplo cundió y fue creada una organización de fotógrafos que vendía juegos de fotos a los toreros en sus mejores lances… pero si no los querían se arriesgaban a que circularan imágenes de sus momentos más infortunados.

En la década de los 40 surgió un personaje de la crónica, Pepe Alameda, quien cobraba 100 pesos por corrida a cada torero sin la intervención de Ricardo Toledo, aunque algunas de las figuras consideraban que el pago lo hacían con gusto porque se trataba del mejor en su especialidad.

Con el auge de la radio, señaló en su conferencia Gabriela García Padilla, vinieron nuevos personajes a incluirse en las ‘nóminas’ de los toreros, como fue el caso de Paco Malgesto, de quien comentó que cobraba 150 pesos al primer y segundo espada; 100 pesos a los ganaderos y 75 pesos a la empresa, aparte de su sueldo de 87.50.

Por cierto, Tiempo difundió que en ocasión del retiro del legendario Lorenzo Garza, la Unión de Cronistas Taurinos le mandó aviso de que le cobraría cuota doble.

En su edición del 25 de abril de 1943, la revista hizo pública una frase que trascendió por su crudeza, atribuida a Don Dificultades, quien señaló: "Los cronistas son como las mujeres públicas".

Expulsado de la unión, Don Dificultades –José Jiménez Latapí, conocido también como El ogro de Pino (por la calle donde vivía)– formó un grupo de apoderados, para oponerlo al de los cronistas.

2006, la fiesta en crisis

Para Gabriela García Padilla, la ponencia presentada en San Luis Potosí no tenía ninguna intención de inferir corrupción en la actual crónica taurina, sino que obedece al interés de las peñas. "Nada nos provoca ya tanto asombro porque nuestro país ocupa el segundo lugar mundial en los niveles de corrupción. No dejé puntos suspensivos después de mi disertación –agrega García Padilla–, porque el resultado fue conocer cómo se sangraba a los toreros y mucha gente se decepcionó. Eso ha sido de toda la vida, porque esto no es sólo de México ni de ahora, sino que se practica desde hace muchos años".

Al preguntarle si le son más útiles a las empresas los periodistas corruptos que quienes no lo son, señala: "Los que se corrompen le hacen más daño a la fiesta, porque desorientan a quienes no saben ver toros".

– Pero entonces qué es mejor para un empresario, se le preguntó.

"Tener cronistas veraces. La fiesta es muy subjetiva y tú puedes decir lo que quieras, aunque no sea cierto, pero aquí, si el periodista engaña. Habrá quién sí conozca y lo descubra".

Al referirse a cronistas que se distinguen por sus conocimientos y que están bien informados, Gabriela García Padilla cita a Leonardo Páez, de La Jornada. También cita a quien escribe con el seudónimo de El Bardo, en La Prensa. Según El Bardo de la Taurina, -citado por la autora en su texto: "en la actualidad la relación entre los medios y la fiesta brava, no hay nada nuevo. La diferencia son los medios de difusión, pero todo tiene un origen entre los toreros, apoderados, promotores, escritores, algunos editores y dueños de periódicos y gente externa que vive de ella".

"La fiesta es un negocio que padece por falta de toreros. La empresa los ha vendido y si en el cartel aparece un Pito Pérez, los que hacen grande el cartel son quienes se prestan para ello. ¿Hasta dónde llega el reparto?, no lo sé", agrega.

La autora dice de Páez: "Se distingue por exponer temas que seguramente incomodan a los empresarios taurinos, como se lee en su columna La fiesta en paz, del 2 de septiembre del 2002. ´Alguien pidió mi opinión de la actual fiesta de toros en México, y le respondí: Pretenciosa pero grotesca, como un concurso de belleza donde las participantes, ligeras de ropa, lucen... várices y juanetes. La rica tradición taurina mexicana, surgida con la raza, el idioma y la religión, hace tiempo abjuró de una ideología congruente y eficaz en torno a la fiesta de toros, y el fantasma de un nuevoriquismo frívolo y distorsionador, asfixia tan original y emocionante espectáculo´.

A manera de colofón y más allá de los asuntos del ruedo, tratar de someter a gran parte de la prensa pone en riesgo inclusive a los propios espectadores. Dedicados estrictamente en su mayoría a escribir solamente de la corrida, los medios suelen ignorar incidentes que ocurren a su alrededor, como el ocurrido durante una corrida de toros, en la que un aficionado fue golpeado impunemente por un "torero". Como si Monosabio y Don Dificultades vivieran todavía para someter conciencias.

domingo, 18 de febrero de 2007

Textos recuperados de





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Ponciano Díaz una tarde se apareció en el mundo de los toros; aquí y en España. Sorprendió

Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

Una tarde, a finales del siglo XIX, se apareció por la fiesta brava española un personaje extravagante.
De poca estatura, lucía descomunales bigotes negros y vestía de charro. Cierto: realizaba las suertes charras y banderilleaba a dos manos a caballo, en el llamado arte de Marialba, o del rejoneo. Pero lo sorprendente era que el atrevido personaje llevaba el propósito fundamental de ser torero. Ahí mismo, en tierras españolas.
Pareció una herejía, pero llegó y su nombre fue Ponciano Díaz Salinas.
Lo primero que provocó fue curiosidad, por su aspecto y su técnica tan personal que, desde luego, no se ajustaba a las normas clásicas de los toreros de entonces y, al menos en esa época eran exclusividad de la torería española.
¿Quién, en España, podía concebir que en otros lares, aún en la Nueva España, existiese un valiente que podría ejercer la profesión también llamada el "arte de Cúchares"?

Un poco de historia

Cuenta el maestro Pepe Alameda en su libro La pantorrilla de doña Florinda y el origen bélico del toreo, que en la época de la conquista árabe, el caballo y el toro bravo fueron herramientas de entrenamiento para la guerra. Los moros fueron detenidos, pero no vencidos; sin embargo, no avanzaron hacia el norte, lo que ocasionó que, al no dominar el Mediterráneo, se quedaran en España.
A Francia, Italia, Grecia y en general la Europa de la zona mediterránea, con el mismo clima, no les interesó el toro bravo, sino la agricultura.
A España sí pues siguieron siendo herramientas para sus guerreros. El toro se extinguió en esas naciones, pero en España se quedó, se conservó y se multiplicó, lo que convirtió a la península en la cuna del toreo.
Añade el maestro Alameda:
"Ese toro zancudo, corniveleto, de rectilínea estructura y pelo hirsuto, de repente aparece un bovino redondeado de líneas, recogido de cuerna, pelo fino y lustroso, corto y poderoso de jarretas".

En la hacienda de Atenco

El 19 de noviembre de 1858 nació Ponciano Díaz en la hacienda de Atenco, el rebaño ganadero más antiguo del mundo, pues la historia advierte que a este hato de reses bravas lo fundó un primo hermano del conquistador Hernán Cortés, el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano.
El padre de Ponciano, Guadalupe Díaz González, a quien sólo sus íntimos amigos conocían como "El Caudillo", trabajaba en Atenco, así que el pequeño se fue familiarizando con el ganado de casta.
Además, a don Guadalupe le gustaba de torear astados y vacas con el niño en brazos, ante el sufrimiento de su madre, doña María de Jesús Salinas de Díaz.
Don Guadalupe solia decir: "Todavía no ha nacido el toro que acabe con uno de mi raza".
Ponciano tuvo la suerte de que el matador de toros español Bernardo Gaviño, amigo íntimo del dueño de Atenco, le tomase cariño al observar su valor. Muy joven formó parte de su cuadrilla, como banderillero. Aprendió del maestro y, además, siendo charro también le hacía monerías a los toros a caballo.
Se lanzó a la aventura. Quiso serlo y lo consiguió: fue torero. El primero importante de México; el abuelo de la torería tricolor.
A los 19 años de edad, el primero de enero de 1877, mató a su primer novillo, con un éxito incuestionable, ante sus cualidades y valor ante las reses.
Al año siguiente, en 1878, empezó a torear con Lino Zamora, torero mexicano de poco renombre. Lo hizo por un lapso corto, pues Gaviño lo llamó a su cuadrilla.
Ahí le enseñó la técnica. Lo fue llevando, de a poco: en cada lance un secreto; a cada movimiento el descubrimiento del arte, la pasión, para después dejarlo solo. Que trabaje por su cuenta...
Y así, se presentó el 3 de abril de 1879, en Puebla, como capitán de gladiadores. Y como además ejecutaba las suertes charras y banderilleaba a dos manos a caballo con brillantez, fue precisamente realizando suertes con el córcel, en mayo de 1883, cuando lo tiraron de su jaca al clavar un par de banderillas, y recibió una cornada.
Ponciano figuraba en los festejos de máxima categoría en el país. Aunque, siendo presidente, Benito Juárez ordenó un decreto prohibiendo la celebración de corridas de toros en el Distrito Federal. Así, hasta 1887 volvió la actividad y se levantó la plaza San Rafael, que inauguró Ponciano el 20 de febrero. Las reseñas afirman que manejaba el estoque en forma brillante, aunque se sabía que era "el rey del bajonazo y metisacas". Y hubo una controversia enconada, pues por ese entonces llegó a México el diestro Luis Mazzantini. Un clásico y puro estoqueador.
Se eslabonan los éxitos y fue el diestro selecionado para inaugurar, el 15 de enero de 1888, la plaza "El Paseo de Bucareli", obra realizada de su peculio. Su afición era tal, que en el libro que escribió don Manuel Horta, cita: "Silueta de un torero de ayer", abundando que "horas antes de que se abrieran las puertas del coso se brindaba con los `curados´ tricolores en los vidrios corrientes soplados de Texcoco. Y no faltaba en el tendido el famoso general Sóstenes Rocha, duelista, enamorado y decidor, personaje de mil anécdotas".
Precisamente la reseña de esa corrida, publicada en el periódico "Siglo XIX", vale la pena conocer, pues cualquier similitud con las actuales, es mera coincidencia:
Al toque de clarín, salió el primer toro, enchilado y palangano, recibiendo tres buenas varas, y Ramón, mediante una salida, le dejó dos pares y Calderón, otros dos al cuarteo. Ponciano, previo aviso de la Autoridad, se dirigió al palco donde estaba su madre y brindó así: “Por mi patria y por tí, madre mía...” La Providencia ha querido que preste a tu vejez el humilde fruto de mi trabajo. Y se fue directamente al toro. Y le dio cuatro naturales, tres cambiados, cuatro en redondo y dos a su modo; levantando la espada, apuntó con suma atención sobre la cruz del lomo, y se fue acercando poco a poco en línea recta y pasito a pasito al toro, a la vez que hizo ligeros movimientos con la capa-muleta, para llamarlo. Llegando a cierta distancia se paró y quedó inmóvil, siempre con la punta de la espada dirigida al lugar expresado. Por fin, el toro se arranca con suma velocidad y el torero, haciendo un ligero movimiento con el engaño, le clava al toro en el expresado centro del morrillo, toda la espada que según los taurófilos es donde debe entrar y quedar colocada. A esto le llaman suerte de ‘matar recibiendo’. Después cogió otra espada y haciendo con un movimiento de muleta que el toro inclinara la cabeza, le apuntó con gran tino y de un golpe violento le clavó la punta de aquella en el testuz. El toro cayó como herido por Júpiter y dicen que a eso le llaman “descabello”. El redondel nuevamente se llenó de ramilletes, sombreros y se tocaron dianas por las tres bandas de música que habían en la plaza. En el intermedio del segundo y tercer toro, Ponciano lazó pie a tierra un caballo bruto, oyendo también muchísimas palmas y música. El sexto toro de color amarillo y cara prieta, recibió seis varas. Ponciano vestido de charro, montando un hermosísimo alazán tostado, dio tres salidas en falso con mucha guapesa, manejando magistralmente su cuaco, y puso dos pares y medio de banderillas, bonísimos aquellos, regular el último. Bajó del caballo entre nutridos aplausos, y brindó en los medios del ruedo, al sol y la sombra. Dio al toro tres naturales, uno en redondo y lo descabelló con un metisaca perfecto.

Su alternativa en España

Los planes apuntaban entonces hacia el otro lado del Atlántico: España. Antes de salir a la Madre Patria, el general Miguel Negrete, apunta don Manuel Horta, le regalo un fino caballo, igualmente don José González Pavón, el ganadero de Tepeyahualco, quien le obsequió un joven y lustroso alazán para que recortara su silueta juguetona en las plazas de la Villa del Oso y del Madroño.
Y aunque al verlo no daban mucho por el torero "americano", como le decían, hizo una campaña interesante; sin embargo, después de verlo actuar empezaban a verle cualidades. Le admiraban sus pares de banderillas a dos manos a caballo; enormes. Antes de salir a la península el propio Ponciano señaló: "Voy a España para aprender las suertes del toreo y para presentar las suertes mexicanas de banderillear a caballo y charrear".
Junto con Ponciano en la cuadrilla, de peón de brega iba Ramón López, quien le tenía una fe ciega. Se presentó en Madrid el 28 de julio de 1889, con un éxito y se logró signar la alternativa para ese 17 de octubre. El padrino: Salvador Sánchez "Frascuelo", y como testigo el primer mandón del toreo, Rafael Guerra "Guerrita", con un encierro del Duque de Veragua.
Cuando llegaron a la plaza, al hacerse las presentaciones, Ramón López, quien quedó un poco atrás, junto con "Frascuelo", quería conocer la opinión que había sobre el torero mexicano.
Salvador Sánchez, el padrino del doctorado, ráudo le largó su opinión: "Vamos, Ramón; que nadie más que tú pudo darme coba para que yo le diera la alternativa a ese espantajo.... ¡Con razón ganaíz tanto dinero en América, alternando con esos mamarrachos....! ¡Sóis lo mismo que ellos!".
"Bueno, bueno --respondió Ramón López--; vamos a torear....Y en un descuido, ¡quien sabe si este mamarracho le gane a usted la pelea!".
Un berrendo en colorado del Duque de Veragua, bravo, encastado y noble tocó al mexicano. Y al término de su labor, Ponciano con cortesía dijo al padrino:
"Señor Frascuelo, sáquelo de su querencia"
El as hispano respondió: "Señor Ponciano, el toro quiere morir ahí, y en ese sitio se le mata".
Antes de que concluyera la frase del señor Frascuelo, el torero mexicano partió en dos al toro, con un volapié clásico. Una estocada que retumbó en el coso, que aplaudía con fervor. Aprovechó el momento Ramón López para insistirle a Frascuelo: "¿Qué le ha parecido a usted maestro?".
El as español respondió: "Se ve claramente que en su vida ha visto torear, y es una lástima, porque es valiente y de los buenos. Merece la alternativa y te felicitó por tus gestiones".

Entra a la leyenda

Tintes de fantasía en esta historia del primer torero extranjero que obtenía la alternativa, el título de matador de toros, en España. Fue una ceremonia entre protagonistas de máximo rango y en la primera plaza de España.
Llegó Ponciano Díaz. El abuelo de la torería mexicana. Posteriormente llegarían los maestros Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa Armillita y Lorenzo Garza.
Murió joven Ponciano Díaz, a los 41 años de edad, en plena madurez.
Una cruel enfermedad hepática lo martirizó varios meses. El mal minó considerablemente sus energías a velocidad vertiginosa y en la madrugada del 15 de abril de 1899, se fue, dejando su abolengo.
Por ahí crecía y se cantaba este estribillo popular que iba de boca en boca:
Ya no quiero a Mazzantini/ ni tampoco a Cuatro Dedos/ al que quiero es a Ponciano/ que es el rey de los toreros.

Marzo, 2004
posted by Pedro Díaz G. @ 7:01 PM 0 comments
San Mateo: ganadería madre



Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

La sangre bendita de algún lugar debe haber llegado. Segunda potencia, en México la crianza de toros de lidia ha tenido una evolución magistral y se sitúa en un lugar preferente dentro del espectáculo taurino en el mundo entero. Pero , ¿cómo inició este éxodo de sangre que embelesa las plazas de toros en la actualidad?
Echemos un vistazo a la historia. En la Gaceta de la ciudad de México se afirma que desde la conquista española (1524), don Juan Gutiérrez Altamirano, primo de Hernán Cortés, fundó la ganadería de Atenco, en el estado de México.

Él trajo a estas tierras un encaste de reses bravas desconocido, de la región de Navarra, con la única intención de celebrar las grandes fiestas de los Virreyes que gobernaban la Nueva España.



Que no les venciera la nostalgia.



Al correr de los años, la tradición por el espectáculo taurino, la magia de esas tardes, y el histórico derroche de arte y pinturería, fue echando profundas raíces en la gente, lo mismo de la alta sociedad, que en el pueblo mismo.

Fue a fines del siglo XIX cuando se tuvo conciencia de la crianza de reses bravas.

Se tiene la plena seguridad de que el toro de lidia así como todas las razas de bovinos que conocemos proceden del uro primitivo, aunque continúan vigentes las discrepancias sobre si únicamente existió uno o varios tipos de uros.



Atenco, la primera

Los apuntes llevan hasta aquí: Atenco, que posteriormente la casa ganadera de los Barbabosa, empezó adquirir fama y fue la primera ganadería mexicana en importar pie de simiente de España.

Llegaron vacas y sementales de las corridas españolas que se traían para ser lidiadas; y muchos astados padrearon en México, eso fue paulatina, pero certeramente afinando al toro.

Sería una larga lista la de nombres de vacas y sementales que se importaron, o las características de cada dehesa, pero a fines del siglo XIX y principios del XX, llegó a México simiente de Anastacio Martín.

Después se consiguieron sangre de Miura, Concha y Sierra, Pablo Menumea, Duque de Veragua, Pérez de la Concha, Eduardo Ibarra, Zalduendo, Otaolaurruchi y Felipe de Pablo Romero.

Asimismo llegó ascendencia de Murube, Valentín Collantes, Gamero Cívico, Pérez Tabernero de Graciliano y Antonio, Campos Varela, Villamartha, Coquilla, Carmen de Federico, Domingo Ortega, Luis Vallejo Alba y Conde de la Corte.

En esta feria de nombres se deberá incluir sangre de ascendencia portuguesa del hierro de Palha.

Dehesas de un prestigio fuera de cuestionamientos, hatos de prosapia que siguen conservando su jerarquía y calidad.



San Mateo y sus hijas

De esta lista, de los diversos encastes, predominan tres sangres: Saltillo, Parladé y Murube. A través de San Mateo y el ramal de dehesas hijas suyas, predomina lo que es la ganadería de reses bravas en México.

A principio del siglo XX la ganadería mexicana tomó enorme auge, pese a la situación política del país, el sistema, y que los ganaderos pasaban suplicios por la poca garantía que tienen en sus hatos.

Era tal el amor y el fanatismo que don Antonio Llaguno González durante la revolución tuvo en la recámara de su casa en Polanco varias vaquillas del pie de simiente que adquirió en España.

Ricardo Torres Bombita , conectó a don Antonio con el marqués de Saltillo. Don Antonio supo esperar, ser paciente y con habilidad conquistó a uno de los mayorales del marqués y logró conocer perfectamente números y hasta nombres de las vacas del pie de simiente. La crema de la dehesa, la calidad y bravura de su sangre, lo mejor, pues.

Trabajo arduo y minucioso el de Llaguno González, fundador de la ganadería de San Mateo y el de su hijo, don José Antonio Llaguno García, quien abrió San Mateo y regó su sangre.

"Es interesante conocer todos estos datos", expresó Rafael Romero, uno de los enamorados de la fiesta. Escribir de la historia de la fiesta no resulta una tarea fácil; sin embargo...



Apellidos con prosapia

Se formaron en México cuatro casas ganaderas y de ahí surgió el auge y la calidad, en alta escala, que no debe negársele, al toro de las diversas regiones de nuestro suelo.

Apellidos de prosapia como los de: Barbabosa, González, Llaguno y Madrazo. Cuatro familias en las que se finca las raíces de nuestro ganado de lidia. Sí, las cuatro dehesas, bien llamadas madres.

La Casa Barbabosa, con la divisa de Atenco, data desde 1524, pero fue hasta 1877 cuando la adquirió don Rafael Barbabosa Alzate y posteriormente fundó San Diego de los Padres y Santín, en el estado de México, carca de Toluca.

La Casa González, en Tlaxcala, en esa región dominada por los "amos" del hierro de Piedras Negras, cuya antigüedad data del año de 1890. Y posteriormente, ya en el siglo XX, se fundó La Laguna.

Por el centro del país, en Zacatecas, surgió la casa Llaguno, con San Mateo. Su antigüedad es de 1914, y Torrecilla, al separarse los hermanos Llaguno don Antonio y don Julián, en el año de 1932.

Y, finalmente, la casa Madrazo, en Jalisco. En el municipio de Lagos de Moreno nace La Punta en 1927 y posteriormente se funda Matancillas.

Barbabosa, González, Llaguno y Madrazo adquirieron simiente del marqués de Saltillo. Inclusive en su inicios La Punta tuvo sementales de San Mateo. Al final la familia Madrazo tuvo preferencia por el encaste de Parladé, que sin duda es el más codiciado en España.

Don Antonio Llaguno González, un fenómeno de la genética, creció y creció al grado de que los ganaderos, hispanos y muchos de Sudamérica, lo siguen manifestado abiertamente, se hacen cruces de que con el bajo número de cabezas, no más de 20 vacas y cuatro toros-padres en dos partidas, se alcanzará esa insospechada alturas... Y Se preguntan con asombro... ¿Cómo lo hizo para alcanzar esos niveles?



Pequeño gran detalle

En San Mateo se logró engendrar la sangre que se multiplicó y fortaleció la crianza de reses bravas en el país. José Antonio heredó la dehesa. A su padre, un fenómeno en el estudio de la genética, le faltaba un pequeño detalle para alcanzar el nivel máximo en su ganadería. Ese nivel lo alcanzó el hijo.

Ese detalle, que de no saberlo manejar manda al barranco a cualquier hato, hunde a la mejor ganadería, José Antonio la llevó por nota y San Mateo alcanzó su máximo nivel.

Así, aunque ya no lo vio ni palpó, se cumplió el anhelo de don Antonio padre. Se culminó la obra que con talento, sensibilidad y una capacidad innata empezó que su hijo concluyó usando las mismas cualidades que él le enseñó. De casta le viene al galgo, dice el adagio.

Decidió, entonces, regar la sangre y formó lotes de vacas y sementales, fueron seis. Dos para San Miguel de Mimiahuapam, en ese entonces de don Luis Barroso Barona; dos a don Reyes Huerta; uno a don Javier Garfias y otro don Mario Moreno Cantinflas , que entre los sementales, adquirió al famoso "10". Posteriormente entró a este que se le podría llamar consorcio, don José Chafic y Marcelino Miaja.

Además, José Antonio siguió alimentando a su ganadería hermana Torrecilla, que se dividió en tres partes la divisa original y surgieron José Julián Llaguno, Valparaíso, San Antonio de Triana y Jesús Cabrera. Esta vacada, que formó don Antonio padre, al diestro Lorenzo Garza, años después la adquirió don Jesús Cabrera.

Asimismo se formó en esa línea en forma directa la divisa de "Los Martínez", de don Jorge Martínez Gómez del Campo y actualmente de sus herederos, encabezados por Jorge Martínez Lámbarri.

Hubo ventas de sementales a otros criadores entre otros a Alfredo Ochoa Ponce de León, de Campo Alegre, a Salvador Rojas Salgado, de San Judas Tadeo, a Joaquín Guerra II, de Tresguerras y alimentó con sementales a El Junco, que en ese entonces era propiedad del general Dámaso Cárdenas y ahora es de Fernando Ochoa Ponce de León.

Así afirmamos que las vacadas que son favoritas y están situadas en primera línea, todas sin excepción tienen directa e indirectamente la procedencia sanmateína.

La ganadería madre.






Marzo, 2004
posted by Pedro Díaz G. @ 5:02 PM 0 comments
Rafael Ororio: la hazaña perdurable


Guillermo Salas Alonso
/ Pedro Díaz G.


La mañana del domingo 30 de agosto de 1942 era tranquila para el joven novillero Rafael Osorno. No imaginaba que en esa tarde, en el ruedo de la plaza "El Toreo" de la Condesa, realizaría la hazaña perdurable: con el novillo Mañico de Matancillas, hizo la que se considera como mejor faena novilleril de todos los tiempos en los anales de la fiesta de la seda, sangre y sol en todo México.
Un año antes se había presentado en "El Toreo" 8 de junio de 1941. Lo recomendó para que le diesen la oportunidad, el pintor taurino Carlos Ruano Llopiz, tras verlo en la placita "Ford" de la Villa, de donde, por cierto, surgían elementos de valía como Luis Procuna, quien al correr el tiempo se hizo figura del toreo, así como el desafortunado chamaco Félix Guzmán, quien murió a consecuencias de una cornada en el coso de La Condesa, precisamente donde ahora se levanta un centro comercial.

En el novillo de su presentación, sin suerte, no mostró nada de lo que llevaba dentro y no se dejaron esperar las burlas para don Carlos Ruano Llopiz. ¿Cómo podría equivocarse un taurino de ese nivel con el chaval que empezaba?

Rafael, entonces, lo logró: en el siguiente ejemplar se dio un arrimón y el público aceptó aquella equivocación. El acertado era Ruano Llopiz quien, como artista, reunía la sensibilidad para ver a un torero.

Rafael esa temporada sumó 12 festejos, dando suelta a su expresión de hacer el toreo.



De viaje en Perú

Osorno llegó a la tarde del 30 de agosto de 1942, después de hacer campaña en plazas de Perú, junto con Luis Procuna, el famoso Berrendito que posteriormente ocupó un sitio de figura del toreo en México. Rafael, cuyo verdadero nombre era Melchor, no apuntó el "cante fino", como dicen en España, en tierras incas ante los moruchos que, por toros, se lidiaban en la plaza de Acho, de la ciudad de Lima, y otros cosos de diversas ciudades peruanas.

La temporada de ese año en México apuntaba muy bien con elementos que mostraban condiciones, cualidades y personalidad para considerarlos como importantes figuras de nuestra torería: Rafael Osorno, Luis Procuna, Luis Briones, Rutilo Morales y el infortunado Féliz Guzmán, un chavallillo de descendencia alemana, muy valiente y que murió a consecuencia de la infección que se presentó de una cornada que sufrió en la plaza grande de la época.

Precisamente, la tarde del 30 de agosto, Rafael Osorno hizo tercia, como segundo espada, con Rutilo Morales que llevaba la responsabilidad de ser el director de lidia y Luis Briones completaba la excelente combinación con un encierro de Matancillas de los señores José y Francisco Madrazo.



En el quinto lugar

Es conocido el adagio taurino de que no hay quinto malo. En ese lugar ocupó un bravo ejemplar de Matancillas, que llevó por nombre Mañico .

Ante esa bravura, estilo y calidad del ejemplar, Rafael Osorno se despojó de la materia. La perfección de la técnica en las suertes pasó a un segundo término. La expresión se impuso. El chaval hizo un trazo no con el corazón sino con el espíritu.

Decía el fenómeno Juan Belmonte: "Se torea como se es". Y sí, dejó volar la imaginación y la diosa inspiración le tocó con su mágica vara sobre el hombro derecho.

Extraemos unos párrafos de la reseña que escribió en EL UNIVERSAL, el maestro Rafael Solana, mejor conocido como Verduguillo : "Comenzó Osorno con una serie de estatuarios sin moverse ni un milímetro. Después, se puso la muleta en la mano izquierda y tirando del toro, cruzándose, provocando con la pierna contraria, metiendo la muleta en el hocico para hacer el pase más largo aún, ejecutó Osorno seis naturales estupendos, impredecibles que levantaron al público de sus asientos y sembraron el ruedo de sombreros, paraguas y gabardinas.

"Y a partir de esos ya no cesó la ovación, ni la música dejó de tocar. Con aquello bastaba para considerar la faena como la más grande entre las grandes que en el mundo han sido; pero el artista, en pleno triunfo, agregó una serie de derechazos suavísimos, enredándose al bravo Mañico en la cintura, y remató con un molinete, ligado con el forzado de pecho con la izquierda. El público bailaba en los tendidos; la música no cesaba de tocar, seguían cayendo las prendas".

Todo está dicho.

Agregaremos que mató de tres pinchazos y media estocada, dio cinco vueltas al ruedo, y le concedieron las orejas y el rabo pues tras cada pinchazo, el joven artista toreaba mejor.

El público, eufórico, lo sacó a hombros por las calles y lo paseó hasta la madrugada del día siguiente... ¡Auténtica obra del más puro arte!

Faena que acabó con Osorno

No tiene paralelo la dimensión de la faena a Mañico .

Tan grande fue que esa faena acabó, taurinamente dicho, con Rafael Osorno, con sus aspiraciones.

Hubo tardes en que cortó oreja; sin embargo, la gente siempre hacia la comparación: "Estuvo bien, pero no fue como lo de Mañico " . De ese hoyo ya no salió el torero que, desesperado, decidió dejar la espada y la muleta para tomar el capote de brega y hacerse banderillero, ¿una buena decisión?

Le costó mucho trabajo, pero poco a poco como peón de brega terminó labrándose un sitio de figura. Sí, un banderillero de capa fina y con los palitroques, muy acertado y rápido. Se colocó con figuras del toreo y con ellas recorrió en todos sus ámbitos la República Mexicana. Como una figura de los subalternos, no como una figura del toreo como se pronosticó tras el faenón de Mañico .



Cierta similitud

Similares, no por el nivel de sus faenas, sino por ese trazo que hicieron concebir esperanzas de que en ellos había dos futuras e importantes figuras del toreo, fueron las presentaciones de Américo Garza Romerita y Alfonso Ramírez Ibarra Calesero Chico , ¡vaya impresión que causaron! El domingo 10 de julio de 1955, en la Monumental Plaza México se conformó un cartel con Héctor Luquín, Américo Garza Romerita y Rubén Aviña, con un encierro del Hierro de Santa Martha.

Y el novillero del gran triunfo fue Jazminito . El joven regiomontano lució como un fenómeno. El trasteo reunió un nivel poco común en la lides novilleriles. Su conjunción dejó atónitos a los aficionados. Para el torero las orejas y el rabo del novillo, como, muy pocos tienen ese orgullo.

Se proclamó, como la futura figura de la torería mexicano. Tampoco Romerita , como Rafael Osorno, logró imponerse a esa faena de su máxima inspiración, en tarde de gratos recuerdos. Se fue desvaneciendo y no alcanzó el sitio que el público pronosticó.



¿Llegó el Mesías?



La tarde era triste, lágrimas de lluvia caían en la Monumental Plaza México el domingo 14 de junio del año de 1964. Una novillada gorda de San Antonio Triana para Sergio Cermeño, Jorge Carrasco y el debut de Alfonso Ramírez Ibarra Calesero Chico .

El tercer lugar apareció Monarca , al que Calesa Chico , le formó un lío y le cortó una oreja.

El trofeo en sí, no significaba mucho. Lo que valía era la estructuración de plantamiento de Alfonso en su labor. Y cuando saltó a la arena Chaparrito , el sexto, esa grata impresión creció al extremo, ¡qué solidez de prospecto! La profundidad del trazo, ese toreo izquierdista no sólo con quinta esencia, sino con una técnica envidiable y un derroche de calidad, lo que los taurinos conocen como arte puro.

Era ni más ni menos la aparición del Mesías en el escalafón taurino mexicano. El esperado "salvador" de la fiesta.

Así se consideró esa labor de un joven que, como su padre, el esteta aguascalentense Alfonso Ramírez Alonso Calesero , consecuentemente no hurtó ese perfume en su trazo, sino que lo heredó, lo llevaba en las venas.

Calesero Chico aún vive, torero lo es, sin duda, siempre lo será... Pero... ese pero que nunca falta, no se colocó la etiqueta de figura de época que se concibió seria, quedó sólo en el recuerdo de esa impresionante presentación en la Plaza México.

Historias que se repiten: la grandeza demostrada en esas históricas faenas, sus perdurables hazañas, casi los sepultaron.



Junio, 2004

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Zorrito, tres veces bravo



Guillermo Salas Alonso
/ Pedro Díaz G.


Pararse frente la bestia con los pies impecablemente juntos. Citarla, la muleta desplegada con lentitud. Olé: Zorrito embiste el lance de Manolo Espinosa. Qué faena. Su futuro inmediato es la muerte, pero el burel la salva. Lo hará en otras dos ocasiones. Tres veces se unen en el ritual hombre y astado.
Las tres asombran por igual.

Parece insólito, porque un toro de lidia desarrolla sentidos en una sola corrida. La lógica indica, entonces, que torearlo una vez más es un riesgo innecesario; tiempo perdido. Pero sucede...

El sábado 5 de febrero de 1966, en la plaza El Progreso de Guadalajara se indulta a Zorrito , toro que corresponde en suerte al diestro Manolo Espinosa Armillita . Ahí, a dos pasos de los belfos, la espada tiene que ser guardada en honor a la bravura.

La amalgama de una casa ganadera de tal prosapia, y el arte del torero logran el beneficio del perdón.

San Mateo es una casa determinante en el florecimiento del toro de lidia en México, madre de las ganaderías. Y Manolo un elemento de una casa torera de los Armillita , de un prestigio fuera de dudas.

Combinación perfecta para esta historia que, con el correr de los años, se torna apasionante.

Tres veces se vieron las caras toro y torero: en El Progreso, al año siguiente en la plaza de tienta de la ganadería de Javier Garfias, y diez años después, ya toro viejo, en Guadalajara, donde murió a espada.

Las tres ocasiones por el mismo diestro: Manolo Espinosa.

Caso único e insólito.

Zorrito , marcado con el número 51, de pelo cárdeno claro, apretado y vuelto de cuerna, se presentó ante el público en tercer lugar de la lidia ordinaria de esa corrida de la Feria de Guadalajara, aquel 1966.

El cartel lo integraban Carlos Arruza, como rejoneador, y seis toros más para el español Santiago Martín El Viti , Jaime Rangel y Manolo Armillita .

La línea de procedencia de Zorrito era de lo puro de la divisa rosa y blanco, ganadería con sangre de lo mejor para la recría.

Manolo Espinosa lo bordó, le cuajó un faenón, si no el mejor, sí de los mejores de su carrera.

A Zorrito le esperaba la muerte.

Lo salvó su prosapia

Los toros aprenden

No es necesario ser un erudito taurino para saber que el toro que se torea, si no es muerto, no puede volverse a torear. Es un peligro. Reúne alto grado de riesgo, pues el toro ya lidiado aprende y su sentido lo hace tener una actitud ventajosa: sabe dónde se encuentra el diestro, lo percibe, lo busca. "Lo siente".

Todas las acciones realizadas desde su nacimiento son preparativos técnicos o ceremoniales para la muerte pública del héroe, que no es otro que el toro.

Muerte era su destino.

Pero después de ser indultado Zorrito fue a padrear a divisas ganaderías que se surtían de sementales de San Mateo: el hierro de Javier Garfias fue el primero, después San Martín, Los Martínez y, desde luego, siempre en casa, San Mateo.

Una tarde de incógnitas taurinas, del grupo surgió la pregunta: ¿cómo se comportaría el toro si se lidiase nuevamente?

La voz fue de don José Antonio Llaguno García y la escucharon el propio Javier Garfias, Pepe Chafic y Jorge Martínez Gómez del Campo.

El toro, o sea Zorrito , estaba con una punta de vacas en "Javier Garfias", allá en la Hacienda Santiago, de San Luis Potosí.

Un año después se volvió a torear en la plaza de tienta de Santiago.

¡Y Zorrito embistió con más fiereza! Se recuerda que la tarde en que se le concedió el indulto, Manolo lo toreó mucho más por el lado derecho. En el tentadero fue mejor por el pitón izquierdo. Este experimento fortuito ha dejado a muchos taurinos boquiabiertos.

Pero ahí estaban: hombre y bestia. Zorrito embistiendo y Manolo bordeándolo nuevamente.

El torero tampoco lo creía; sin embargo, lo había realizado. Estaba hecho. Muchos, inclusive, lo catalogaron como "un milagro".



Triunfo compartido

Pasaron los años.

Zorrito adquirió gran fama. Se convirtió en todo un rajá con odaliscas en cada hato ganadero. Todavía hay descendencia del toro que escribió esta historia.

Ya Zorrito había cumplido su ciclo de vida y de reproducción. Los años le pesaban y se volvió peligroso por su encornadura y su jerarquía de macho dominante, pese a que ya no montaba, lo mismo a vacas que novillos o toros, al pelear les metía el pitón en los hijares (zona genital), y los lisiaba, dejándolos cojos.

Don José Antonio volvió a plantearse la remota posibilidad. ¿Sería posible que ya con el tiempo, después de dos ocasiones, volviera a embestir?

Podría ser nuevamente en El Progreso y, para mejor, que Manolo Espinosa le diera muerte a espada. Con ese honor han pasado muchos congéneres de Zorrito a la inmortalidad.

La prueba, una tercera, resulta positiva, conmovedora. Provocado por el resplandor de la tela, el animal arremete. El hombre, que se desplaza lo menos posible, esquiva el ataque y los cuernos. Arte.

Lo logran de nuevo: el cárdeno vuelve a embestir y lo hace con claridad, con raza y emotividad. Manolo Espinosa le cuaja una tercera faena. Lo disfruta, lo goza y lo siente como la primera tarde, la del indultó, en donde ambos alcanzaron un triunfo resonante.



Mano derecha, a placer...



Armillita es el primero en considerar que Zorrito es una de las páginas de más proyección en su carrera taurina y, es razonable, la considera entre las mejores faenas que haya realizado. El toro le permitió sentir, disfrutar y hasta soñar el toreo.

"Fue un gran toro. La tarde que se indultó lo lidié a placer con la mano derecha, me tocó la inspiración con su varita mágica. Al año siguiente, en el tentadero de Javier Garfias iba temeroso de que Zorrito , que me dio tanto, hubiese adquirido resabios que ya no me permitieran torearlo."

Como dejando volar el pensamiento tras una pausa, nos explica: "En Guadalajara la faena reunió muchos pases por el pitón derecho, ya con Garfias fue mejor por el izquierdo... Volví a sentirlo, a gozar con su raza y estilo".

"Cuando me habló don José Antonio Llaguno García y me dio a conocer el plan de volverlo a torear para matarlo en Guadalajara, la plaza que el destino le dio la oportunidad de seguir viviendo, acepté, pero con las dudas de que si se dejaría torear por tercera ocasión. Me dejó mudo... ¡Volvió a embestir!".

"Es un caso que deja ver la raza de procedencia del encaste de Saltillo, a través de San Mateo... ¡Bendita sangre!".

Que dio un toro tres veces bravo.



Mayo, 2004



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Tuesday, June 13, 2006
Morir como Manolete





Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

Catastrófico resultó el año de 1947, en las memorias de la fiesta brava en el mundo. Dejó crespones de luto, con tragedias que tuvieron como escenarios las plazas de Linares, España, Vila Vicosa en Portugal y la Plaza México, en esta ciudad capital.
Calendario, casi a la mitad del siglo XX, que se considera cruento, terrible, de desdicha en todos aspectos. Hubo tres muertes por cornadas similares, con lesiones en las venas y arterias femorales, en la que se incluyó a un torero de época: Manuel Rodríguez Manolete .

En agosto, el día 28 de ese calendario, en la plaza de Linares, fue herido el diestro cordobés por "Islero" de la fatídica divisa de Miura.

Todavía la afición taurina no se reponía de tan infausto acontecimiento, cuando el 15 de septiembre, en la plaza portuguesa de Vila Vicosa, cayó herido el diestro mexicano José González Carnicerito, una herida similar que le produjo el toro "Sombreiro" de la ganadería de Falcas de Alcochete, de encaste de Miura. Al día siguiente entregó su alma al Creador.

En ese mismo septiembre, una semana y media después, el día 28, al mes justo de la tragedia de Linares, en la Plaza México, el novillo "Ovaciones" de Santín, prendió al prometedor prospecto José Laurentino López Joselillo , con otra herida similar, lesiones en las femorales. El 14 de octubre, cuando estaba por ser dado de alta el novel sufrió una embolia que le cortó la existencia. Se convirtió en otra víctima, en el tercer mártir de ese cataclismo taurino del 1947.

Mucho se ha escrito de Manolete y, asimismo, de Joselillo . No se ha usado tanta tinta ni papel en José González Carnicerito de México . Un diestro importante de una trayectoria interesante, de colorido, pues siendo un torero que no caminaba por la senda de lo artístico, en cambio sí era una auténtica "cuña" para cualquiera, de un gran valor y vergüenza profesional.



De la mera Tapatitlán

En los Altos de Jalisco, de la mera Tepatitlán, a la que se le ha cantado como como tierra soñada y donde la vida es un primor, en el altiplano de esa hermosa región occidental de nuestro país, ahí nació nuestro personaje el 19 de marzo de 1905.

Vivaracho desde pequeño, vivía muchas horas en el rastro de Tepa , con los carniceros, de ahí su mote, aunque se le conocía mejor como El Cachuchas . Un tipo simpático, afable, hablantín, que nunca parecía cansarse de narrar anécdotas y cuentos de los que unos llaman verdes y otros colorados, ambos subidos de color.

Desde pequeño adquirió el virus del toro. Como novillero debutó en la plaza de Zapotlanejo.

Es menester señalar que en su segunda actuación se negó a banderillear. Según las crónicas le temblaban las piernas. Ese día su maestro Juan Gómez Palmerito , dirigente de la "Cuadrilla Juvenil Jalisciense", de castigo lo mandó a pie hasta Guadalajara, 42 kilómetros. Hizo migas con un banderillero muy famoso, muy querido, Félix Romero El Guero Félix, quien posteriormente fue su peón de confianza. Y éste le echó la mano y caminaron hasta Guadalajara alternándose y cabalgando en los lomos de un burro. En mucho ayudó Romero para conocer la real trayectoria y peripecias en la profesión de Carnicerito de México .

Así es de extraña, de incongruente, de impredecible la fiesta brava. Carnicerito de México brilló siempre por su valor, de ser un extraordinario exponente del segundo tercio. Sus pares de cortas en las tablas, en terrenos inverosímiles, se afirmaba, ponía de "punta los pelos" a los espectadores. Sin embargó ese día, simplemente, no estaba de vena, o de humor.



Trayectoria en ascenso

José Loreto González debutó en Guadalajara, el 29 de septiembre de 1924 en la plaza "El Progreso", que regenteaba nada menos que otro personaje de abolengo, don Fausto Hernández, antecesor de un gran empresario en la Perla Tapatía, don Ignacio García Aceves. Y empezó José a eslabonar triunfos novilleriles. Inclusive en México, haciéndolo el 15 de mayo de 1925 en la plaza Merced Gómez que se ubicaba en Mixcoac, alternando con el estadounidense Sidney Franklin.

Posteriormente hizo su aparición en la plaza grande El Toreo de La Condesa, con mucho éxito. Alternó con Carmelo (Armando) Pérez, Esteban García Barrera, Jesús Solórzano, Alberto Balderas, José Negro Muñoz, hermano del singular personaje Jesús Ciego Muñoz. Con Balderas tuvo una gran amistad y a la vez, rivalidad enconada en el ruedo.

Un gran triunfo en la brillante temporada 1929, el 12 de mayo, en la que alternó con Carmelo Pérez y Chucho Solórzano. Cortó trofeos y se colocó como un favorito del público. No era muy fino, pero sí un torero temerario y, desde luego, un exponente notable del segundo tercio.

En 1930 marchó a España, como novillero. Causó una impresión bárbara, sobre todo en la Monumental de Barcelona, donde los toreros mexicanos gozaban de gran cartel. Su debut fue el 3 de agosto en Tetuán de la Victoria, en Madrid, dejando un ambiente de primer orden. Toreó un número importante de festejos menores, inclusive por allá aducían los críticos: "El torero que juega con la muerte".

Al año siguiente tomó la alternativa, era el doctorado que valía, pues en aquel entonces no se confirmaba esa ceremonia en México, sólo en Madrid. Se la confirió el 13 de septiembre de 1931 en Murcia, el as Domingo Ortega, como testigo Jaime Noaín, astados de Andrés Miura. Cuatro días después, el 17 de septiembre la confirmó en la capital hispana, con Manuel Mejías Bienvenida de padrino y como testigo Domingo Ortega, con el toro Estudiante del hato ganadero de Celso Cruz del Castillo. En esa campaña actuó en 31 novilladas y 17 corridas de toros, número de festejos que habla por sí sólo del impacto que causó.

Ya colocado en un sitio. Tanto en nuestro México como en suelo ibérico, siguió sumando fechas y toreando con lo más granado del escalafón de esa época. Recorrió el suelo nacional de norte a sur y de oriente a occidente. Triunfos, tardes sinsabores y cornadas. De éstas daba la impresión que jugaba con ellas.

En 1932 se encerró con seis toros de Pallarés en Barcelona y toreó con continuidad hasta la realización del boicot contra los toreros mexicanos.

En México en los años sin españoles, hizo paseos en las corridas de mayor jerarquía Oreja de Oro, las de Covadonga, en una de ellas actuó mano a mano con Lorenzo Garza y mató al famoso toro Centenario de San Mateo, un ejemplar de pelo jabonero.

En 1937 logró un triunfo inconmensurable en la plaza de Monterrey, donde cosechó una pata. Y el 29 de diciembre de 1939, inauguró la plaza que lleva su nombre en Tepatitlán, alternando con Alberto Balderas y Jesús Solórzano, con astados de Matancillas.

Por signos de allá arriba fue testigo de la tragedia, la muerte de Alberto Balderas, el 29 de diciembre de 1940... Fue un golpe tremendo para el tapatío. Más que rival, José y Alberto se veían como hermanos.



Igual a la de ‘Manolete’

Por gestiones del taurino español Antonio Algara, se firmó el convenio y fue de los primeros en irse para suelo ibérico donde tenía mucho cartel. Alternaba la profesión en México, España, Portugal y Sudamérica. También le causó honda impresión la muerte de Manuel Rodríguez Manolete , en la madrugada del 29 de agosto de 1947. Al conocer la noticia comentó: "Murió como los grandes, como lo que era, una real figura".

No pasó por su mente que unos días después, el 15 de septiembre, alternando con Alberto López, Etelvino Laureano y la rejoneadora Conchita Cintrón, un marrajo de Falcas de Alcochete, en la plaza de Vila Vicosa, pese a estar afeitados, pues en el país luso se permite, le infiriera una cornada con lesiones en las femorales.

Al conocer la importancia de la herida, su estado anímico decayó verticalmente. Al despertar de la intervención reconoció a Conchita Cintrón. Con la soberbia rejoneadora y torera existió una profunda, sincera y noble amistad.

El parte médico contundente: "Una herida incisa en el muslo derecho en la cara anterior de unos 25 centímetros de largo por cinco de profundidad, con dos perforaciones en la región femoral".

Sus primeras palabras: "Voy a morir. He sido corneado en la misma forma que Manolete ".

Conchita, sin despojarse el traje corto, permaneció todo el tiempo al lado de José en la habitación del hospital, le detenía la mano cuando expiró a las 8:30 horas del 16 de septiembre, de un colapso cardiaco. La amazona contó: "Llorábamos todos aunque, agotados, ni lágrimas teníamos".

Carnicerito de México , como muchas otras víctimas, pagó con su vida la pasión que sentía por el toro, por la fiesta, por el espectáculo. Este siempre perseguido, brillante, con luz propia, pasional como ninguno y el más bello de todos, donde se elabora arte jugando con la muerte.

Sus restos llegaron a México y el 12 de octubre, Día de la Raza, fueron depositados en el Panteón Moderno de esta ciudad. Ahí acompaña a su amigo y rival: Alberto Balderas... ¡Es la leyenda. Así se teje la historia!



Julilo, 2004



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Cuando la leyenda es orgullo




Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

Pepe Luis Vázquez, como novillero, recorrió la legua auténticamente, y después matador de toros, cuya principal virtud fue ser un formidable estoqueador, algo le robó la atención: la lidia. Y la hacía con determinación, gusto, recreándose en la suerte de matar y, sobre todo, haciendo gala de una depurada técnica que a todos dejaba satisfechos.
Las historias se hilvanan. Se atan cabos y se coincide: en verdad el mundo es pequeño.

O acaso, ¿serán las coincidencias?

Algo o mucho habrá de ello. Es cuestión de rascar un poco, profundizar y aparecen, tejidas, las historias que en ocasiones no tienen explicación.

Para todos los artistas figurar en algo extraordinario es un síntoma de orgullo, de satisfacción, de halago.

Es difícil la fiesta de toros y, por ello, cuando se destaca en cierta suerte, significa un bálsamo que reconforta el espíritu del artista. Pepe Luis Vázquez, en su carrera taurina, nunca dejó un toro vivo. Ni siquiera se recuerda a alguno al que haya pinchado en dos ocasiones...

¿Cuantas estocadas recibiendo ejecutó? Muchas. Lo mismo en la Plaza México, como en Tijuana, donde lo hizo cuatro veces, tres más en Ciudad Juárez.. Y en Monterrey, Guadalajara, Acapulco, Salvatierra. Gozaba con la suerte, se recreaba en ella y la realizó, no sólo en plazas de primer orden. Cuando lo sentía lo ejecutaba, sin más trámite que la inspiración del momento, sin importar el ruedo del que se tratase.

Sufrió 12 cornadas en toda su carrera. Herido mató a los astados causantes de sus percances, en ocho ocasiones. Poco pueden darse ese lujo.

Pepe Luis consideró, siempre, la importancia de la suerte suprema y señaló: "Las palabras de un matador de toros hablan por sí solas".



El primer rabo

Pepe Luis Vázquez es parte de la historia misma de la Plaza México, la que Daniel Medina de la Serna bautizó como "Una Monumental Cincuentona", y que pronto será sesentona, por ser el novillero que cortó el primer rabo, en la primera temporada menor, en 1946.

Se le adelantó al peruano Isidoro Morales, quien obtuvo, esa misma tarde del 16 de junio, el segundo trofeo de ese nivel.

Pepe Luis lo ganó matando al quinto de la tarde, del hierro de Atlanga, y en el sexto fue donde Morales obtuvo el rabo, aunque bajo fuertes protestas porque su actuación no tuvo el nivel del otro. Los toros saltaron al ruedo sin nombre, sin que se hubiese colocado el tradicional pizarrón con las características de los animales, en la puerta de toriles.

Precisamente, en ese quinto novillo de Atlanga, al realizarle un quite por gaoneras, el otro espada de la tercia, Daniel Romero, sufrió una cornada grave: el pitón le atravesó el muslo derecho.

Es menester señalar que a principios de 1946, el 24 de febrero, en la plaza del "Nuevo Circo" de Caracas, Venezuela, Pepe Luis Vázquez sufrió tremenda cornada que le lesionó la femoral y el nervio ciático. Se la infirió un toro criollo de la ganadería de Barrancas, dehesa de media casta.

Parecía un parteaguas para el torero mexicano. Inclusive perdió el movimiento de la pierna, no podía caminar. Aún así toreó y cosechó el rabo en la plaza México, la tarde del 16 de junio.

"Con los trofeos en la mano, nos expresa José Luis, no podía caminar para dar la vuelta al ruedo. Estaba embargado por la emoción. Uno de mis banderilleros argulló: "Matador, ¿que le cortaste un rabo a un toro en la plaza México?... ¡venga a dar la vuelta al ruedo!".

Hubo necesidad de darle cierto masaje para estimular la pierna y pudiese entonces caminar, o cuando menos asentar el pie en el suelo.

Con esfuerzos, como todo en el toro, recorrió el anillo de embudo de Insurgentes, portando el primer rabo cosechado por un novillero. Y claro, pasó a la historia.

La temporada novilleril 1946 la organizó empresario español Antonio Algara. En el festejo de 2 de junio se obtuvo la primera oreja concedida en el escenario de la Ciudad de los Deportes, y la conquistó Pablo Tapia. La segunda, esa misma tarde, con ganado de Lucas González Rubio, Ramón López, un torero con clase y sentimiento de tipo "asilveriado".

Los rabos de Vázquez y Morales concedidos en el festejo de quince días despúes.

Inclusive, el mismo Ramón López cosechó el tercer rabo en el embudo capitalino, la tarde de 4 de agosto, al cuajar a un novillo de Matancillas.

Y los tres siguientes, cuarto, quinto y sexto, fueron nada menos que para el infortunado José Rodríguez Joselillo , quien debutó el 25 de agosto y alternó con Manuel Jiménez Chicuelín , Pepe Luis, y el español Fidel Rosales Rosalito .

Mutiló al novillo del debut, del hierro de Chinampas. El 4 de septiembre cortó otro rabo a un novillo de Matancillas, y el 6 de septiembre la misma presea a un novillo de Garibay, sangre de Piedras Negras.

Este festejo fue a beneficio de otro infortunado torero mexicano, Eduardo Liceaga, a quien le quitó la existencia un novillo de Concha y Sierra, el 18 de agosto, en la plaza española de San Roque.

Precisamente Joselillo , ganó el trofeo en disputa.

Tanto Lalo Liceaga, Joselillo , como de Félix Guzmán lo señalamos en nuestro Martes de pasión anterior tienen su historial ampliamente conocido. Tres elementos a quienes el destino marcó un alto, justo cuando la vida más les sonreía. Murieron cuando más vivos estaban.

De distinto corte los tres. Siendo reiterativos, Guzmán un niño hombre que causo furor, Liceaga todo un técnico, un real ortodoxo, de gran talento y Joselillo de esos toreros heterodoxos, con valor espartano, que se quedaba firme y enraizado en el piso para ver pasar a sus enemigos. Tres de las muchas víctimas del pasional espectáculo del toro.



Cuando se vive la tragedia

Pepe Luis Vázquez nació en 29 de marzo de 1923, en la localidad de Matehuala, en San Luis Potosí. Sin antecedentes taurinos gustó de la fiesta y se integró a ella con el afán de alcanzar la gloria.

Aduce el torero: "Tuve la fortuna de que el maestro Fermín Espinosa Armillita siempre me apoyara, y en su experiencia encontré los aspectos positivos de la técnica, tan esencial e ineludible para caminar con paso firme y seguro ante el astado".

Caminó la legua de novillero, sufrió malpasadas, fríos y no pocos desaires.

No todo es color de rosa para quienes suspiran por ser figuras del toreo.

Debutó como novillero en 1941, el 21 de agosto, alternando con Jesús Belmonte y Gerardo Laurín, con ejemplares de Heriberto Rodríguez. Esa tarde fue su bautizo de sangre, pues, pese a estar herido, mató a su enemigo.

El diestro, con sinceridad abunda: "La fiesta es un espectáculo cruel, sangriento, que intimida. Pero a eso hay que imponerse, al mismo destino y a la propia muerte".

Dos años después, en la temporada 1943 en El Toreo, actuó con Arturo Fregoso y el niño torero Félix Guzmán. La fecha, el 30 de mayo.

Esa tarde el novillo "Reventón" de don Heriberto Rodríguez, le dio una cornada. El niño se quedó en el ruedo. Pepe Luis como primer espada le preguntó: "Estás herido, Félix, mató yo al novillo".

La respuesta de ese niñohombre fue: "No, lo mato yo". Y así fue.

Días después se presentó la septicemia gaseosa. El niño-torero dejó de existir ante la consternación y pesar generales.

Otro episodio lamentable, de dolor que vivió Pepe Luis Vázquez, sucedió el 28 de septiembre de 1947. En el cartel, Pepe, Joselillo , cuyo festejo era a su beneficio, y el torero de canela, Fernando López, con ejemplares mexiquenses de Santín.

Sí, otra fecha de triste recuerdo: el novillo "Ovaciones", lidiado en quinto lugar, infirió la cornada a Joselillo y le destrozó la arteria femoral.

Pepe Luis se encargó de matar al novillo-toro. Días después, el carismático novillero entregó su alma al creador. Año, 1947, de infortunio, de desdicha: murió en España el Monstruo Manuel Rodríguez Manolete ; en Portugal el mexicano José González Carnicerito y en México José Rodríguez Joselillo , los tres con lesiones en las femorales, venas y arterias. Por esas heridas escapó en torrentes la sangre valiente y, asimismo, la misma vida de tres desventurados artistas del ruedo.

Este septiembre fue para Vázquez muy positivo. El domingo 7 le cortó el rabo a "As negro" de La Laguna, y el domingo 21 ganó la presea "Estoque de Plata".



Matador y juez de plaza

A consejos y recomendaciones del maestro Armillita y como apoderado el taurino portugués Carlos Costa, José Luis adquirió experiencia en Portugal, donde toreó mucho. Se hizo matador en la Plaza México el 23 de noviembre de 1947, de manos de Manuel Gutiérrez "El Espartero" y como testigo Ricardo Balderas, con el toro "Piel Roja" de la ganadería de Lorenzo Garza. Fue la última corrida anunciada con el nombre del maestro de Monterrey. La vendió a don Jesús Cabrera y a partir de ahí se lidió con su nombre y actualmente se anuncia así esta divisa, rosa, blanco y verde, propiedad de José Antonio Velázquez Pérez.

Se considera que la mejor faena de Pepe Luis fue la que cuajó en Monterrey, al toro "Rondeño", de Campo Alegre, al que mató recibiendo, como lo hizo con otros 15 toros más.

La suerte suprema, el arte de matar bien, sobre todo, ejecutada con las normas, las estrictas en la verdad de la suerte, con gusto y técnica fueron el mejor atributo de este torero potosino.

A finales del siglo pasado estuvo en el biombo de la Plaza México. Fungió como juez de plaza. Sin las satisfacciones que disfrutó como torero, pero se mostró halagado, satisfecho por haber cumplido con su labor en el palco de la autoridad. Es verdad, con algunos desaciertos, "pero nunca expresa el torero de mala fe o en detrimento de la fiesta".

Su actuación, como autoridad del coso, la juzgará cada quién según sus espejuelos; lo nítido y palpable es que Pepe Luis está en la historia, con el orgullo de quien tomó en sus manos el primer rabo concedido en la Plaza México, como novillero.

Apenas hace un par de semanas, el club taurino Aficionados de Los Ángeles le rindió un homenaje a Pepe Luis Vázquez, por su trayectoria y por los muchos toros que estoqueó en la suerte de recibir, en la ciudad de Tijuana.

Es leyenda, es orgullo.

Y hoy, nadie se lo puede quitar.



Junio, 2004

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Morir lejos del ruedo





Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

No se despidieron en el rito de ese juego con la muerte. No sucumbieron ante la fiereza del toro en cada tarde que vistieron de luces.
Su destino se ligaba con la velocidad. A los imprevistos del automóvil.

Porque el torero es consciente del terreno que pisa, de la muerte que le espera. Sabe, casi con absoluta certeza, quién será su verdugo, y se entrega apasionadamente al sacrificio, juega con él y ofrenda su cuerpo frágil a la fuerza descomunal de su enemigo.

Esta historia la escribieron en los ruedos Carlos Arruza, el Ciclón Mexicano ; Manolo dos Santos, el Lobo Portugués y César Girón el Cóndor Venezolano .

Tres figuras, amigos inseparables, toreros de una importancia vital en el siglo XX. Ellos internacionalizaron la fiesta brava cuando dejó de ser esencialmente hispana.

Todos, designios de la crueldad, murieron en circunstancias similares. Cada uno en su país.

Sus hazañas en los ruedos del mundo están escritas con arte, pasión, entrega, grandeza y pleno reconocimiento como matadores de reses bravas.

Conquistadores de los alberos, como les llaman en España, de las plazas y públicos más exigentes: Madrid, Sevilla, México, Lisboa, Caracas, Bogotá, Perú, Nimes y Arles. Dueños del imperio taurino. Y de ésta, su trágica historia.



Una tercia muy afín

Pequeño que es el mundo, Carlos Arruza fue ahijado del maestro Fermín Espinosa Armillita , y, a la vez, testigo de la ceremonia de la alternativa de Manolo dos Santos, el 14 de diciembre de 1947, en la plaza de toros el Toreo de Cuatro Caminos. Y fue padrino de César Girón: le otorgó el doctorado en Barcelona, el 28 de septiembre de 1952.

Esa tarde el Ciclón Mexicano se convirtió en el primer torero que ganaba ¡100 mil pesetas! por corrida, hecho que levantó ámpula en aquellos tiempos, y no sólo en la ciudad condal. Esa misma tarde, Girón estrenó un terno de luces que le regaló su padrino.

Y no era su primer obsequio: Carlos Arruza llegó a torear junto con su pareja, Manuel Rodríguez Manolete , cuando Girón era un chiquillo vivaracho, maldoso, juguetón y trató de robarle el vestido de luces que esa tarde usaría el Ciclón , en una temporada de lujo que se ofreció en el Nuevo Circo de Caracas, abrió la ventana de la habitación del mexicano en el hotel, y con un palo intentó sacar la casaquilla. Lo descubrieron y el detalle lejos de molestar le cayó bien a Arruza, quien no objetó regalarle una camisa de torear. Nació ahí la entrañable amistad.

El mismo César se lanzó de espontáneo en un festival en Caracas, al ver a Eliseo Licho Muñoz, de la cuadrilla mexicana de niños toreros de Querétaro. Señala en su obra el colega y escritor taurino venezolano, Víctor José López Vito , que Girón comentó: "Si ese carricito le da pases a los becerros, ¿por qué yo no?".

Sus actuaciones con Manolo dos Santos, en los diversos ruedos del mundo, provocaron esa amistad entre los tres ases. Además, don Andrés Gago, un caballero sevillano, señorón como pocos, apoderó al mexicano y al portugués y tendió la mano, a petición del Ciclón , al venezolano. Se formó el eslabón.

Arruza en México, junto con Dos Santos, sentó el precedente de haber toreado en un sólo día tres corridas de toros. Por la tarde en Morelia, a las cuatro en la Plaza México y al anochecer en Acapulco. Tres manos a manos en los que mataron diez toros cada uno, el décimo de cada quien fue de regalo y, por vez primera dos toreros mataban el mismo día diez bureles.



Mexicano hasta las cachas

Arruza siempre se distinguió por ser mexicano puro. Le decían criollo, por ser hijo de padres españoles. Nunca ocultó sus raíces ni su actitud como mexicano. En España puso en moda lo de "manito", como aún se les dice a los mexicanos. Mandón del toreo en España, cuenta la historia que en cierta ocasión en una plaza hispana y con un cartel internacional, Carlos se negó a hacer el paseo hasta no ver ondear el Lábaro Patrio, dado que estaban en los mástiles los de sus alternantes. Y se consiguió la bandera mexicana. Una vez colocado se inició el festejo.

Dos Santos se distinguió por ser aferrado a sus raíces lusitanas. Girón hacía gala de ser venezolano, y no ocultaba su cuna humilde.



De conquistas en la México

Carlos Arruza triunfó en España clamorosamente. Pareja de Manuel Rodríguez Manolete , se ganó el mote de Ciclón Mexicano en Madrid, al reanudarse las relaciones taurinas tras el boicot al maestro Fermín Espinosa Armillita . Fue incluido en un cartel el 18 de junio de 1944, después de que el taurino español y empresario en México, Antonio Algara, arregló la reanudación de las relaciones taurinas y se firmó el primer convenio.

Esa tarde, Arruza confirmó la alternativa de manos de Antonio Bienvenida y de testigo Morenito de Talavera , con una corrida de Muriel. En el segundo toro, banderilleó colosalmente y ya se pedían los trofeos antes de que tomase la muleta.

Cuando regresó a la Monumental de Las Ventas, ya con el reconocimiento de figura, a su primero sólo lo toreó por el pitón derecho, el otro era intocable. Los temibles aficionados del tendido siete, llevando las orejas en la mano, le gritaron: "¡Muy bien, pero se te olvidó la mano izquierda!". El siguiente toro fue al contrario, el pitón derecho intocable y bueno el izquierdo. El trasteo, esencialmente con la mano de cobrar. Otras dos orejas. En la vuelta al ruedo y al pasar por el siete, les gritó: ¡"Servidos, señores"! Sin embargo, en México se le negaba todo. Hasta que llegó la fecha del 25 de febrero de 1951, la corrida de la concordia, una vez más reanudadas las relaciones tras otro rompimiento: esa tarde disipó toda duda. La exigente afición tuvo que rendirse. Alternó con el español Curro Caro y el mexicano Antonio Velázquez. Tarde perfecta y una faena inmortal a Holgazán , de Pastejé: orejas y rabo. Trofeos que poco significaban ante la entrega de un público rendido y asombrado.

Manolo dos Santos también alcanzó un gran triunfo en la México, la tarde del 29 de enero de 1950. Alternó con dos símbolos taurinos mexicanos: Luis Castro El Soldado y Silverio Pérez, astados de Pastejé. El lusitano esa tarde bordó a los ejemplares Goloso y Chato , cortándole el rabo a cada uno.

César Girón, en el gran escenario, se impuso a un grupo de detractores. La tarde del 26 de marzo de 1961 se conformó un cartel en el que alternó con Jesús Córdoba y Humberto Moro, con una corrida de Tequisquiapan. El de Maracay le cortó las orejas y el rabo a Rascarrabias y las dos orejas a Juan Gallardo .



Designios de la crueldad

Las luminarias mueren en iguales circunstancias. Fuertes personalidades. El mexicano y el venezolano eran polvorines; el portugués, sin ser tan irritable, siempre firme en su actitud dentro y fuera del ruedo.

La mañana del viernes 20 de mayo de 1966, Carlos Arruza junto con sus hijos y el chofer Jorge Rosales La Rana , partieron hacia su rancho Dolores, en el kilómetro 117 de la carretera México-Zitácuaro. Ahí entrenaba sus jacas toreras, pues retirado como torero se subió al caballo para convertirse en el mejor rejoneador mexicano de todos los tiempos. Después de comer retornó raudo a la capital. Venía con Jorge Rosales. A las seis y media de la tarde llovía fuerte, y de bajada, casi llegando a su destino, en el kilómetro 18 y medio de la carretera México-Toluca, en un curva, la camioneta del Ciclón patinó y fue a incrustarse con un autobús. Carlos dormitaba del lado derecho y recibió el golpe de lleno. No instantánea, pero sí minutos después, muy lejos de los ruedos, le llegó la muerte.

César Girón, el 19 de octubre de 1971, también por la mañana, salió de Maracay hacia Caracas, con el propósito de conseguir un crédito agrícola. Se reunió con sus hermanos, Curro , Rafael y Efraín, y con un grupo de amigos. Comieron en El Portón. Cuenta López Vito : "Aquello parecía una reunión de despedida".

A las nueve y media de la noche, César decidió retornar a Maracay, pues tenía un pendiente "de un reloj". Le pidieron lo hiciera al día siguiente, pero él se negó... ¡Su cita era con la parca! En el kilómetro 73 de la autopista regional del Centro, César, que iba manejando, al parecer se quedó dormido e impactó con un camión de carga. Muerte instantánea.

El fin de Manolo dos Santos fue semejante al de sus amigos. Era el empresario de la plaza de Campo Pequeño de Lisboa. Partió hacia una ganadería, el 17 de febrero de 1973. Entre sus acompañantes iba Manolo Escudero, su peón de confianza, quien también falleció, y el mayoral Francisco Riveiro. No alcanzó el retorno a la capital lusitana: cerca de la localidad de Vendas Novas se produjo el choque. Dos Santos fue rescatado y de inmediato trasladado a Lisboa. Las lesiones, mortales por necesidad. Dejó de existir la noche siete y media del 18 de febrero.

Insólitas coincidencias. Trágico infortunio fuera de sitio; ilógico.

No sucumbieron ante la fiereza del astado en cada tarde que vistieron de luces y tras una embestida, otra embestida (el torero encantado con el toro), en la plaza, el murmullo se volvió un olé masivo.



Abril, 2004



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Lomelín, un valiente que sintió miedo



Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.


Xajay estaba en su destino. El 20 de marzo de 1975 enfrentó al toro Bermejo y en un par de banderillas el astado lo alcanzó en el abdomen. La escena fue terrible: el matador corriendo por la arena de la Plaza México sujetando su propio paquete intestinal.
Un día confesó, quien se distinguía por ser valiente, muy valiente aún tratándose de un torero, que dos veces tuvo miedo en su vida. Y no fue esa tarde en la México. "Dos ocasiones no sufrí de miedo, sino de pánico. Una fue en mi debut en la plaza de Barcelona. Mi apoderado, Manuel del Pozo Rayito , me dijo que me había tocado el toro chico y, ¡salió una mole de 620 kilos! "La otra, en la ganadería de Reyes Huerta, una vaquilla, que dejé refrescar un rato, me embistió, una ráfaja de aire me descubrió y la becerra me metió el fino pitón. Una cornada con profusa hemorragia. La Divina Providencia me sacó de ese percance".

Lomelín fue un diestro de los más castigados en su carrera y supo imponerse a la adversidad en muchos ocasiones. Ese valeroso corazón se negó a seguir trabajando.

Matador de toros que jugó, y le ganó la partida a la muerte dentro del ruedo, tuvo su cita más cercana hasta ayer, cuando sufrió una cornada gravísima en Tijuana, con lesión en el hígado y en la que el doctor José Rodríguez Oliva fue su ángel salvador.



La historia de Luna Roja

Ya decíamos que Xajay estaba en su destino. Aquel día en el que Bermejo lo hirió en la Plaza México, en los mismos potreros de la ganadería queretana, estaba en el vientre de su madre, el toro Luna Roja , justo el que lo colocó en primer lugar del escalafón taurino.

Ocurrió el 30 de marzo de 1980. Cinco años después del percance con Bermejo , saltó al ruedo ese bello castaño llamado Luna Roja . El toro bravo, noble, se encontró a un torero valiente, ya consolidado, pero con esa sensibilidad que suele tener el torero mexicano. Y Lomelí lo bordó haciendo la faena cumbre, aquella para la que había nacido.

Las orejas y el rabo, los máximos trofeos, palidecieron aquel día. Ese día, Lomelí apartó para siempre su lugar entre los grandes. La misma divisa, la de Javier Sordo Madaleno Brindas, estuvo a punto de cortarle la vida y después lo encumbró.

Una semana antes de inmortalizar a Luna Roja , el triunfo grande se escapó de las manos, cuando dudó si entrar a matar o no hacerlo para indultar a Bien Nacido , de Reyes Huerta.

Lo que son las cosas, probablemente su mejor cualidad torera era ser un estoqueador clásico, de enorme pureza y gran sentido del sitio para realizar la suerte suprema, pero ese día falló pinchando... ¡Se esfumó el triunfo! Tuvo otras grandes tardes. Indultó a Notario , de San Martín; fueron éxitos sus enfrentamientos con astados como Juguete , Bambino y Cervecero .

Lomelí se despidió de los ruedos el 18 de febrero de 1996, en la Plaza México. Un adiós brillante, triunfal, como pocos, cortando dos orejas.

¿Por qué vuelven los toreros? se pregunta Conchita Cintrón, en un libro. En el caso de Lomelín, habrá sido la nostalgia. Trató de retornar, lo hizo en la plaza Caletilla de su natal Acapulco. Toreó con Eloy Cavazos toros de De Santiago y cortó orejas... No hubo más suerte, ni contratos.



Acuérdate de Acapulco...



La historia de Lomelín se inicia el 26 de octubre de 1943 en Acapulco, ahí nació y es la fecha exacta. Debutó como novillero en 1965, en la plaza La Aurora, donde también surgió otro "as" de la torería mexicana: Manolo Martínez.

En los años de 1965, 66 y 67 sumó en la Plaza México 61 festejos. Tomó la alternativa el 20 de noviembre de 1967 en la plaza de Irapuato, de manos de Manuel Capetillo y como testigo Joselito Huerta. Le cedió el toro Rebocero , de Rancho Seco.

Confirmó el doctorado el 18 de febrero de 1968 en la Plaza México, de manos de Huerta y atestiguó Jesús Solórzano, con el toro Olímpico , de José Julián Llaguno.

Confirmó en la Monumental de Las Ventas de Madrid, el 28 de mayo de 1970, con un éxito rotundo, después de que Manolo Martínez no había obtenido el éxito deseado. Esa tarde cortó tres orejas a toros de Moreno de la Coba, al recibir los trastos de manos de Andrés Vázquez y de testigo José Manuel Inchausti Tinín .

¡Descanse en paz, Antonio Lomelín Migoni!





Abril, 2004

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El Cordobés, la historia inigualable



Guillermo Salas Alonso
/ Pedro Díaz G.

El torero pisa el área de peligro. Se viste de luces. Toro y torero engranados en un ritual, luchan para ver quién hará caer al otro. Muleta en la mano, los pies bien pegados, con un gesto, el torero hace a un lado a su cuadrilla para quedarse solo frente al toro.
Su único afán, el triunfo.

Corría, en su primera etapa, la década de los 60; 1963 para ser exactos. Debutó en México el discutido diestro Manuel Benítez El Cordobés .

Nadie auguraba nada sobre su campaña en México, y pocos pensaron que llegara a imponer números tales en la fiesta taurina en suelo patrio.

Números difícilmente igualables. ¿Por qué?

La historia empezó en la campaña de 1961: debutó en México, en la plaza El Toreo de Cuatro Caminos, el sevillano Paco Camino. Y dejó constancia de su capacidad torera. Tanta que le decían El Niño Sabio de Camas . Su segunda campaña, 62-63, fue arrolladora, y su clase y arte quedaron plasmados en tardes inolvidables, como aquella de los berrendos de Santo Domingo, un toro "Catrín" que regaló en una corrida de la "Oreja de Oro" y un sinnúmero de éxitos de gran rango.

Su destino: convertirse en un gran ídolo.

En ese tiempo, el doctor Alfonso Gaona era el responsable de la fiesta en la Monumental Plaza México y tenía un elenco poderoso, con el torero de moda, Camino, Santiago Martín El Viti , Juan García Mondeño , Joselito Huerta y Jaime Rangel, entre otros. Pero sobre todo contaba con el ganado de las dehesas codiciadas. Su lugar al frente de la plaza, pues, lucía inamovible. Era el gerente de la empresa de la Plaza México. Y no había para las otras empresas, en el campo mexicano, no más de dos o tres encierros que tuviesen alguna garantía.

Así las cosas, en ese 1963 causaba sensación en España un torero "mechudo", diferente a todos, que rompía con las normas clásicas de la fiesta, sobre todo en aquello de que: "Para ser torero, hay que parecerlo". Su gran personalidad se imponía a cuanto obstáculo se presentaba. Pero el promotor de la México recibió una misiva de un amigo suyo, que le advertía: "Me siento en la obligación, como su amigo, de decirle que no lleve a El Cordobés , a la México. Lo van a matar".

Y él, ¡no lo contrató! Por esas circunstancias que rodean el medio taurino, tampoco signó al rejoneador Juan Cañedo, quien, casado con Dolores Olmedo, se animó lo que parecía una locura a montar una temporada en la plaza El Toreo. Nadie apostaba al éxito de esa empresa temeraria en el coso mexiquense.

Hubo un aumento de precios en las entradas y todo empezó con la actuación del torero de Palma del Río, en dos tardes seguidas: sábado 21 y domingo 22 de diciembre del señalado 1963. Para colmó, Manuel Benítez, quien no sabía estar mal sino siempre en los extremos. O en fenómeno, o simplemente fatal.

La primera tarde alternó con Alfredo Leal y Víctor Huerta, con toros de Tequisquiapan. Media entrada y estuvo desastroso. El fracaso fue sonoro, realmente para llorar.

Ese mismo día, cenando con su apoderado Manuel Martínez Flamerique Chopera , El Cordobés le expresó: "Tengo la sensación de que mañana cortó las orejas".

Y fue verdad. Al día siguiente, el 22, con menos entrada, alternó con Manuel Capetillo y con Jorge El Ranchero Aguilar; astados de Reyes Huerta. El andaluz se divirtió cortándole las orejas a sus enemigos: dos al tercero, otras dos al sexto. La situación dio un cambio de 180 grados.

Se inició el precedente de que el mes de enero toreó nada menos que 32 corridas (en una ocasión lo hizo dos veces en un día). Y en febrero, 23 corridas más, consecutivas.

Actuó todos los días, dándole la oportunidad a un número importante de toreros. Muchos de ellos olvidados. La temporada en El Toreo se fue al alza, los llenos no se hicieron esperar, menudearon los triunfos y se marcó, indudablemente, algo insólito en el medio taurino mexicano.

Se recuerda ese final impresionante, sin paralelo de sus últimas corridas en su primera incursión de Manuel Benítez en nuestro país.

En febrero, viernes 21, en Querétaro, le cortó un rabo a un auténtico buey. Al día siguiente en El Toreo inmortalizó a Conejo de Soltepec, alterando con Raúl García y Andrés Blando, en una faena que se recuerda con asombro, premiada con orejas y rabo.

Dos corridas seguidas en Guadalajara, 23 y 24. Mató cinco toros, cosechó diez orejas y un rabo. En la corrida del domingo, el primer toro infirió una cornada en la cara al venezolano César Girón. Se convirtió el festejo en un mano a mano con Alfredo Leal. Seis orejas obtuvo el diestro andaluz, de los tres toros de José Julián Llaguno.

Al día siguiente, lunes 24, con toros de San Mateo, alternó con Joselito Huerta, Antonio del Olivar y Paco Camino. Huerta le cortó orejas y rabo a un gran toro Veracruzano y El Cordobés , las dos orejas de su primero, que no fue bueno, e indultó al último, el ejemplar marcado con el número 6 y bautizado como Cuadrillero . Tres trofeos simbólicos, dos orejas y un rabo.

La locura era colectiva. No se hablaba de otra cosa que no fuese el discutido, apasionante y personal torero de Palma del Río. Inclusive la calle Corona, de Guadalajara, donde funcionaba el hotel Morales, fue cerrada y se colocaron mesas fuera del recinto. Cuando el torero, que ahí se hospedaba, salió para cenar, la ovación que se le otorgó y los gritos de ¡torero! ¡torero! fueron de auténtico clamor, de estruendo.

Sí, aquel torero, al que iban "a matar", abrió la puertas de todas las plazas, sentó el precedente de torear todos los días de enero y casi todos los de febrero, con llenos impresionantes, pese a que remó contra la corriente, con un veto que no fue disfrazado de un sector importante de la prensa.

Se impuso a todo y a todos el discutido "mechudo", que llegó vio, venció y convenció.

Él, quien se catalogó como un torero sin arte, erróneo cuando se acomodaba con un toro. Su trazo solía ser con más justeza, más rítmico y estético. Y es que se moldeaba escultóricamente con los bureles. Y sobre todo, lo que no muchos apuntaban: Manuel Benítez El Codorbés estaba más cerca y más tiempo en la cara del toro que ninguno.



La campaña 1963-64 culminó

La empresa, destinada al fracaso, en la cima.

Y en la Plaza México se dio la campaña normal, pero al final de ella fue destituido como gerente un personaje de la talla del doctor Alfonso Gaona.

Mucha culpa de ello, la tuvo el torero de Palma del Río, figura del toreo, quien labró su nombre en el Siglo XX. Aquél que suele decir: "No me he retirado ni me retiraré nunca del toreo. La fiesta de los toros es mi mundo, y no sé hacer otra cosa más que torear. Es la única forma que entiendo para ser feliz".



Abril, 2004

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Armillita: una tarde de compras




Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

Mucho sabía del contacto con el público este matador de toros. Qué hacer, por dónde mirar a la bestia, su manera de embestir; poseía, ya, el arte de la fiesta. Todo lo que aprendió de niño viendo a los maestros.
Fermín Espinosa Saucedo Armillita Chico hizo su debut en la plaza El Toreo el 1 de agosto de 1924 cuando apenas rebasaba los 13 años cortó las orejas y el rabo a un becerro.

Su alternativa fue en México el 23 de octubre de 1927, de manos de Antonio Posada con José Ortiz como testigo. Dos orejas. Confirmaría en Madrid el 10 de mayo de 1928, con Chicuelo como padrino y Gitanillo de Triana de testigo.

Entre numerosos éxitos se consolidó en las Fiestas del Pilar de Zaragoza en 1931, y, sobre todo, hizo la que a la postre fue para algunos la faena de su vida, a un toro de Aleas en la Plaza de Madrid el 5 de junio de 1932.

La hazaña fue en la Plaza Monumental de Barcelona, el 25 de julio de 1934. Encaramado en la cumbre como lo estaba, había acabado con el cuadro. Esa tarde alternó con el pasmo de triana, Juan Belmonte, y con Marcial Lalanda, todos en su mejor momento.

El maestro Belmonte había estado muy bien y mejor aún Lalanda. Tarde inigualable. Toreó Marcial con el capote, enorme, a uno de sus astados. Armillita , en su turno, realizó un quite: echó las rodillas en tierra y le "largó" tres faroles a la res. Cuando remató la serie, Marcial, con vehemencia y admiración, exclamó: "¡Con éste no se puede!".

Pero nada había visto aún del talento del hombre nacido en Saltillo. A su segundo enemigo de la tarde, "Clavelito" y del hierro de Vicente Martínez, le cuajaría la faena inmortal.

Con qué sencillez se narra.

El trasteo que a ese quinto toro "Clavelito" realizó el maestro Fermín fue un alud de peticiones en graderío y la locura Monumental de una plaza de toros; triunfo inconmensurable. Derroche de poder, de entendimiento, de técnica... torear bien, hacerlo así, como una expresión más del arte. Conjunción de materia y espíritu.

Torero de envidiable técnica y dominio de todas suertes de muleta, además de excelente banderillero, Armillita Chico fue comparado con Joselito , principalmente con la mano izquierda, que esa tarde levantó elogios. Lo inmaculado, lo clásico, lo puro: el pase natural.

El diestro entre clamores recibió el premio a su obra, toda la esencia del torero derramada sobre el ruedo...

¿Cómo premiar ejecución como aquella que pasmó a las figuras españolas?

Lo exigió la afición, entregada. Se otorgaron los premios como nunca se había hecho, y quizá como tampoco vuelva a suceder: con las dos orejas, el rabo, las cuatro patas y ¡las criadillas!...



El boicot del miedo

Fue el mismo Lalanda, madrileño, quien observaba tanto en Fermín como en otros toreros mexicanos, ese peligro inminente que no deseaba para sus propias plazas.

Encabezaría entonces lo que el otro testigo de esa tarde con "Clavelito", Juan Belmonte, describiría como "El boicot del Miedo".

Armillita Chico arrolló en 1935 y para 1936, antes de empezar la temporada, había firmado ya 80 corridas. No tuvieron más opción que cerrarle las puertas.

El 23 de abril se negaron a torear con él en Madrid, Manolo Bienvenida, Luis Gómez El Estudiante y Victoriano de la Serna. Simplemente no hicieron el paseo.

La plaza sucumbía de asombro.

Fermín se quedó solo y la corrida, sin remedio, tuvo que suspenderse.

El mismo episodio se repitió la tarde del 15 de mayo, en Las Ventas. Entonces fueron sus enemigos abiertamente declarados Lalanda, Fuentes Bejarano y Manuel Navarro.

Esa actitud en los diestros españoles fue criticada y condenada.

Pero habrá más escenas de satisfacción en la historia del mexicano. Días después, en Madrid, con el maestro Fermín de espectador, el público le tributó una ovación tal que dejó a cada quien en su lugar.

El boicot tuvo efecto, se ejecutó.

Pero lo de "Clavelito" ahí está, perenne.



Un retazo de gloria

Un retazo, ilustra el diccionario, es el trozo de una tela, el fragmento de un escrito o discurso. Y en México, un pedazo de carne de res, o de cerdo. Y retazo de toro suele llamársele, en la tauromaquia, a los trofeos que obtienen los diestros tras sus hazañas en los ruedos. Al nivel de brillo, a la perfección de técnica y al sentido artístico.

Por retazos de toro es que los toreros se entregan en sus tardes de ensueño y sensibilidad ante público y astado.

Es regla común que si la faena es buena se otorgue una oreja, si es más que buena, el premio de traduce a dos orejas, y si el trasteo es fuera de lo común, se concederán las dos orejas y el rabo. En todo el universo taurino se han concedido patas de las reses cuando el torero brinda una inspiración sin límite y logra llegar a los bordes de la demencia en el graderío. Es un trofeo, sin embargo, en un número reducido.

En México, en la plaza de toros "El Toreo" de la Condesa (1907-1946), se concedió una pata, la del toro "Pardito" de San Mateo, que terminó en las manos del maestro Fermín Espinosa Saucedo Armillita Chico .

De esas grandes tardes, de triunfos clamorosos, de episodios indelebles en la fiesta en nuestro país está la tarde del 20 de diciembre de 1936, cuando, en mano a mano con Lorenzo Garza, el rival más enconado del maestro Armillita , éste se divirtió cosechando seis orejas, dos rabos y la única pata concedida en México. Triunfo de altura, como ninguno.

Dos orejas al primer toro "Cantarito"; dos más orejas y rabo a "Garboso" y las dos orejas, rabo y pata a "Pardito", de San Mateo.

Se dijo que la autoridad no concedió tal trofeo, pero el público consideró que aquella faena de Fermín redondeaba la tarde en que dictó una lección intensiva del arte de la lidia, y reconoció como concedido el galardón.

En la Plaza México nunca se ha considerado ninguna faena, que las hay muy grandes, como para salirse de la tradición o de lo que marca el parámetro del Reglamento Taurino, para alcanzar ese valioso e inusual trofeo.



Las hazañas en España

Incrédulos los aficionados mexicanos tras el retiro el 12 de abril de 1925 del maestro Rodolfo Gaona, a quién bautizaron como "Califa", de que alguien pudiese salir a tapar ese hueco, se condenó a la fiesta a su "muerte por necesidad".

Cuando el esteta leonés dijo adiós de los ruedos, un adiós definitivo, por ahí rondaba un chiquillo precoz, que poseía el difícil entendimiento de los astados.

Ese pequeño al que algunos detractores decían El Tejoncito viajó a la península y escaló peldaños entonces casi imposibles de salvar. La capacidad del maestro Fermín Espinosa era tanta, que poco a poco fue convenciendo al medio español.

Armillita , por ejemplo, el 17 de junio de 1931 fue parte del cartel de ocho toreros para la corrida inaugural de la plaza Monumental de Las Ventas de Madrid. Alternó con Diego Mazquiarán Fortuna , Marcial Lalanda, Nicanor Villalta, Fausto Barajas, Luis Fuentes Bejarano, Vicente Barrera y Manuel Mejías Bienvenida con astados de diversos hierros.

No muchos olvidan la sesión del 25 de julio de 1932, cuando cuajó al toro "Centello" de Aleas, en su quizás mejor toro en la vida. La clase de faena que trazó fue de tal magnitud, que inclusive después de siete pinchazos le fue concedida una oreja. También en Madrid.

En 1934, año que encumbró al maestro Fermín, escribió brillantes páginas. En Valencia inmortalizó al toro "Cortejano" de Miura, como lo hizo a otros ejemplares como "Conejito" y "Calderillo", del hierro de los Hermanos Ayala, a los que cortó el rabo la tarde del 11 de agosto. El primero, "Granadino", le infirió tremenda cornada en la localidad de Manzanares, Ciudad Real, al culto diestro Ignacio Sánchez Mejías, herida que le causó la muerte. A ese ejemplar lo mató el maestro Fermín.

Lo mismo en la feria de Bilbao, a donde iba por una corrida y toreó siete, distinguiéndose el trasteo a "Arrempuja", del hierro de Domecq, con tanto empuje y bravura, que el mismo Domingo González Dominguín , sin empacho señaló: "A este toro, sólo Fermín podría haberlo toreado así".

Recordemos el comentario de un periodista que escribió: "Si en lo taurino cabe lo sublime, a lo sublime llegó Armillita .

Sufrió muy pocas cornadas; la más importante, en la Plaza de San Luis Potosí el 20 de noviembre de 1944. Murió en el sanatorio Santa Fe, de la capital mexicana, el 6 de septiembre de 1978, a causa de una peritonitis aguda.

Una tarde de 1934 fue de compras a la Monumental de Barcelona. Y regresó, además, lleno de elogios.



Mayo, 2004

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La muerte en la mano izquierda


Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

El cielo fue generoso con ellos.
Jorge El Ranchero Aguilar se convirtió en el mayor torero tlaxcalteca y su nombre lo porta ahora una bella plaza de toros; en 1955 fue parte del elenco que acompañó a Maureen O`Hara y a Anthony Queen en la película The Magnificent Matador , del director Bud Boeticher; Francisco Curro Rivera rebasó las mil corridas, hizo el paseíllo en la Monumental Plaza México 70 veces, cosechó 40 orejas, 6 rabos y dos estoques de oro.

El cielo se los dio todo.

Pero también los llamó cuando toreaban por naturales, pase fundamental, el clásico en el arte de la lidia.

Uno inventó el triple muletazo; el otro fue el creador del pase el cuirret.

¿O acaso morir toreando no es el final anhelado, el de los predestinados?

La partida, en ambos casos, no se suscitó en una plaza de toros.

No ante un público enardecido.

Se fueron inmersos en el silencio renovador, en la comunión consigo mismos.

Fue la semisoledad de una plaza de tienta la que les dio el adiós.

Y fueron los ojos de connotados eruditos, ganaderos, caporales y amigos, quienes les vieron irse.

Tampoco estaban enfundados en un terno de luces, ni su enemigo fue un cuatreño o cinqueño con media tonelada de peso... No se escuchó el rugir del incesante olé en los tendidos.

El torero sale a la plaza sabiendo y aceptando que esa tarde puede morir.

No, no.

Ellos, quienes asumiendo la muerte cada tarde se liberaban de ella quedando totalmente libres para crear, ellos, figuras consagradas, se daban gusto probando la bravura de unas posibles madres en sus hatos ganaderos.

Quienes les dieron muerte fueron unas becerras.

En el ambiente taurino existe la sensación de que El Ranchero y Curro , fueron unos predestinados y que ese destino, acaso terriblemente cruel por naturaleza, en estas dos ocasiones, sin embargo, fue generoso.

Porque el cielo los llamó haciendo lo que más querían: torear en plenitud de facultades.



La belleza de la muerte

Llama a diversas sensaciones: morir toreando...

"¡Qué hermoso! decía Juan Silveti, amigo íntimo de Jorge, morir con el engaño en la mano izquierda, templando el natural; y, sin soltar la muleta, concluir... llegar al final".

Parece irreverencia; sin embargo, es la filosofía, la liturgia en esta cultura de la fiesta de los toros, ritual donde los hombres juegan con la muerte y ella se divierte con ellos.

Dos casos similares, el de Jorge y el de Francisco, que lucen como únicos en los anales de la fiesta universal.

Y las historias se enlazan.

En 1975, en España, en la ganadería de Amalia Pérez Tabernero, el 4 de octubre una vaquilla lesionó y causó la muerte a un maestro: Antonio Bienvenida.

Este torero, nacido en Caracas y madrileño por sus vínculos de familia, fue el padrino de la confirmación de Curro Rivera en la Monumental de Las Ventas de la capital española, la tarde del 18 de mayo de 1971, siendo el testigo Andrés Vázquez, con toros de Samuel Flores.

Tentó esa vaquilla Antonio. Segundos después se abrió la puerta para regresarla a los potreros, pero la becerra se quedó encelada y sin partir al campo. Y al ir por la siguiente vaquilla probada, justo al hacerse la luz sobre el portón, la misma primera becerra retornó al ruedo y encontró a Bienvenida de espadas.

No la vio llegar, el torero.

Lo cogió de lleno causándole serias lesiones en las vértebras y provocando su deceso tres días después, en la Clínica La Paz, de Madrid.

En la fiesta, el peligro jamás desaparece.

Esa es la verdad del espectáculo. Cómo ponerse de acuerdo con el animal, del tamaño y edad que sea. En este caso, la becerra de Amalia Pérez Tabernero le privó de la vida. No falleció toreándola, aunque antes del percance lo había hecho.

Las coincidencias: Bienvenida fue padrino de confimación de Rivera. Los primeros pases a un burel bravo que dio Curro , cuando niño, los dio en la ganadería de La Laguna y en brazos de El Ranchero , quien lo acercó peligrosamente a las vaquillas.



La tienta de Coaxamalucan

Jorge El Ranchero Aguilar era todo un símbolo en las ganaderías de Tlaxcala. En todas estaba presente: tentador de lo mejor.

En esos tentaderos y en esas tientas se hizo torero. Ahí se moldeó, se consolidó para dar vida a obras de arte como las que realizó a "Montero" de San Mateo, a "Bogoteño" de La Laguna, a "Joronguito" de San Miguel de Mimiahuapam, sin descartar la de "Sol" de Santo Domingo.

Jorge vivía las postrimerías de su carrera. Unos meses antes sufrió un infarto sin consecuencias. El Ranchero comentó: "Eso dicen los doctores, y les creó... Yo no siento nada, ningún dolor, ningún malestar".

Su sino apuntaba a la mañana del 27 de enero de 1981.

Tienta en Coaxamalucan.

Jorge llegó tarde a la cita. De inmediato se vistió y se dirigió al ganadero: "Estoy listo, amo Felipe".

Saltó la becerra, brava, con buen estilo. Jorge la recibió con ese su trazo recio, campirano y de un sentimiento a la mexicana. La toreó sintiendo. Dejaba escapar la imaginación.

Fue en la última tanda de naturales: uno, dos... inmensos; pero al tercero se desvaneció y cayó al suelo. Y todos al quite, entre otros, el matador español Lázaro Carmona. Se retiró a la vaquilla e izaron en brazos el cuerpo inerte del torero, quien no soltaba la muleta, quien la apretaba en la mano izquierda, ¡la de los grandes! Un infarto como toro bravío, certero, fulminante.

Quedará su arte. Y su recuerdo: a unas calles del Palacio de Cultura, frente al atrio del convento de La Asunción, en Tlaxcala, está la Plaza de Toros Jorge Ranchero Aguilar . Bella. Construida a las faldas de un antiguo convento del Siglo XVI, su campanario se eleva sobre los tendidos y ofrece un inmejorable panorama pictórico. Durante las corridas el tañido de las campanas se confunde a veces con las notas de cornetas que ordenan el cambio de tercio. A los contornos de la plaza se suma el colorido adoquín de calles ancestrales con portales, arcadas y edificios centenarios.



El destino de ‘Curro’

Tuvo facetas inolvidables Francisco Curro Rivera.

Aquel niño que sintió el bufido de una vaquilla por vez primera en brazos de El Ranchero Aguilar hizo un debut impresionante como novillero, y se colocó rápidamente en un sitio de preferencia tras torear a Soy de Seda , de Piedras Negras , con el que ganó un trofeo de la Oreja de Oro, y esas faenas a Miguelito de Reyes Huerta , o aquellas de Melodía y Sardinero de Soltepec . No se queda atrás Regalito de San Mateo . Y cómo olvidar la de Cielito Lindo de Mariano Ramírez. Con indultos en la plaza México de Payaso de Torrecilla y Saltillero de Campo Alegre . Lista interminable.

Tuvo triunfos en España, como ese de Madrid con los de Atanasio Fernández: cuatro orejas, dos a cada toro. O la tarde en que llegó a mil corridas, el 25 de abril de 1982, en Aguascalientes, donde en una jornada mató a 14 toros. Siete de su ganadería por la tarde y siete de diversos hierros por la noche. Cortó 10 orejas y dos rabos. Tampoco debe olvidarse que fue el primer torero mexicano que sumó mil 500 corridas.

Curro se despidió joven como torero. Subió unos kilos. Cuidaba de su ganadería, enclavada en Ojo Ciego, Guanajuato. Decidió, como muchos otros toreros, volver a vestir el terno de luces. Lo hizo con suerte y la gente, por última vez, lo vio en la México el 30 de noviembre del 2000, en el festival del Teletón, del que fue el triunfador. Lució arrebatador, alegre, como era su corte, y, además con sensibilidad, largueza y templanza. Pero...

El 23 de enero de 2001 estaba marcado en su muy personal y secreto calendario. Fue a realizar una jornada de tienta de vaquillas en la ganadería de La Alianza , vacada que fundó su padre, el maestro Fermín Rivera, y que cuidaba su madre, Ángeles Agüero viuda de Rivera.

Toreando a una vaquilla, con la mano izquierda, se desplomó. Le hicieron el quite, se retiró a la becerra, se prestó atención médica al matador...

No. No superó un infarto, tan certero que le arrebató la vida en un instante.

Su padre, el maestro Fermín Rivera, en plena actividad, padeció un infarto en el ruedo de Monterrey. Se repuso, y vivió muchos años. Retornó a los ruedos y su despedida fue clamorosa. Su corazón en diversas ocasiones tres, cuando menos mandó avisos antes del que le cortó la existencia...

Se han colocado y se colocarán placas perpetuando sus memorias. Quedará el recuerdo de los grandes triunfos, las lidias, las tardes y las noches; orejas, rabos, hazañas.

Erigirán estatuas. Escribirán historias.

Justo homenaje a las figuras toreras.



Mayo, 2004

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La faena por la vida




Guillermo salas Alonso / Pedro Díaz G.


Seis toros seis.
La tarde es pasión en busca del mejor lugar en los tendidos. Es euforia, ritmo, cadencia y temor.

Para salvar la vida, el burel debe mostrar pujanza, trapío, clase, orgullo por su divisa, por esa ganadería que le dio vida y le dio nombre.

Debe ser mucho más.

No todos los toros indultados sirven para la recría.

Los misterios de la genética hacen añicos toda lógica. En las ganaderías, acaso la parte más bella del mundo taurino, siempre se anhelan ejemplares de indulto.

Ahí, inmersos en el silencio del campo, con los espacios abiertos, crecen a la espera de su tarde. Nacen para morir en la lidia.

Así que se experimenta. Y se resuelve: del cruce de un toro bravo con una vaca brava no necesariamente la cría será magnífica. Si bien la bravura es hereditaria, el brinco que constantemente dan los genes va de extremo a extremo.

Las ganaderías, al correr de los años y después de varias cruzas, logran confeccionar una pureza al 100 por ciento. En este nivel, los hatos ganaderos certifican el pedigree de cada uno de los animales, hembras y machos, que pastan ahí; se observa un registro minucioso de su árbol genealógico, un estudio nítido de ascendencia y descendencia. Se puede afirmar que se obtiene el linaje de los toros, sobre todo de aquellos que se dedicarán a sementales.

Asimismo, de los escrupulosamente seleccionados, no todos son idóneos para "ligar", como dicen los criadores de reses bravas. No es, ciertamente, una equivocación del ganadero; sin embargo, un desacierto inconsciente suele costar cuatro o cinco años para enderezar el camino.

No es nada sencillo colocar a la ganadería en la tesitura de "ganadería definida", como se le nombra en el medio, y, más difícil aún, destacar como criador.

Pues bien, esas ganaderías que llegan al nivel de la pureza, tienen líneas puras e impuras. Esta última suele ser para el torero mucho mejor, más fácil, quizá con mejor estilo e indudable nobleza. Lo puro tiene más brío, menos dulzura y en su lidia, sin ser una regla, desarrolla temperamento y hasta fiereza.

En esas ganaderías, por ejemplo San Mateo, Piedras Negras, San Miguel de Mimiahuapam, Begoña, San Martín, Reyes Huerta, Fernando de la Mora, Javier Garfias, Pepe Garfias, Xajay, entre otras, si les indultan un toro impuro, no les sirve para la recría.

Sí, por descontado, servirá y mucho, para otras vacadas de menos sangre. Les dará bravura y afinará su tipo, que ya es un paso muy importante.



No todos ligan

No el animal indultado podrá ser un semental "ligador". Nadie garantiza eso, sobre todo si es impuro. Inclusive, el toro seleccionado para semental que es puro y reúne una descendencia ya muy fijada en la ganadería, en un momento dado podrá no ser tan bueno para el torero, pero sí magnífico ejemplar para recría. Puede ligar y dar un producto óptimo.

José Antonio Llaguno García, de la divisa de San Mateo, por libros seleccionaba a los sementales, inclusive por tipo y, principalmente, por procedencia.

Pero siempre existen las equivocaciones. Sucedió con el toro "Cuadrillero", burel que indultó Manuel Benítez El Cordobés en Guadalajara. Lo vio lidiar Jesús Cabrera: a sus compradores de simiente, Antonio Llaguno se los alquilaba. Y el toro se fue directo a la hacienda "El Cortijo" en San Alto, Zacatecas.

Las primeras crías que tentó Cabrera, becerras, no salieron buenas. Lo comunicó de inmediato: Toño, el "Cuadrillero" no me dio bueno; las becerras salieron fatales.

Llaguno, muy señor, contestó: Chucho, mándamelo de inmediato.

Al pasar el tiempo y en dos primeras corridas que lidió Cabrera se indultaron a dos hijos de "Cuadrillero", en diferentes plazas.

Pensó Cabrera en que "Cuadrillero" volviese a la ganadería. Se comunicó con Antonio Llaguno García: ...

Chucho, como me dijiste que no había ligado, lo maté. Pero no te apures, tienes hijos suyos...



Mansos o de escándalo

Ocurre con frecuencia en todas las ganaderías: Astados que el ganadero garantiza, salen mansos. Y otros a los que no se les confía, dan un juego de escándalo y terminan con vuelta al ruedo, reciben honores y producen inmensas alegrías.

De una poesía de Manuel Benítez Carrasco, de ganadero a toro indultado: "Yo te mandé a la muerte y tú me das la gloria".

También sucede: toros hermanos, la misma vaca, el mismo padre. Uno suele ser magnífico, dar brillo a los colores de su divisa, jerarquía y beneplácito a su criador. ¿Y el otro? Regresado al corral, por manso.

Se ha comprobado que el estado de ánimo de los bureles es esencial. Sencillamente al animal no le apetece pelear en esos momentos.

Reses las ha habido que mancharon el honor del rancho que les vio nacer, al regresar al corral por mansas y, al día siguiente, o unos después, al ser nuevamente toreadas, embistieron de ensueño.

Célebre es la sentencia de Antonio Llaguno González: "Los toros no tienen palabra de honor".

Este criador en cierta corrida celebrada en "El Toreo" de La Condesa, en tarde aciaga, dijo a Luis Castro El Soldado , cuando casi todo estaba perdido: En el chiquero está un burel, "Famoso"... Luis, regala a ese toro, lo dejas que dé dos vueltas; en los dos primeros capotazos va a salir suelto... al tercero se va a quedar contigo. Irá a más, y terminará sencillamente inmenso.

Lo escuchó El Soldado .

Y sucedió. Justa y exactamente como fue pronosticado. "Famoso" dio dos vueltas, al tercer capotazo se fijó con el torero y el burel tuvo una calidad excepcional. Luis Castro le cortó las orejas y el rabo...



Enardecer

Carlos Arruza contó la historia que vivió en una feria española, en 1945, cuando sumó 108 corridas.

Actuó en la primera fecha del ciclo y, donde se regresó al corral, por no embestir, a un toro que tenía como característica principal que era "lucero": tenía una mancha blanca como estrella en el testuz, o sea, en la frente.

Volvió Arruza a la última corrida de ese serial y regresaron a otro astado que no embistió. Algún ocurrente pintó de negro a aquel lucero y lo echaron nuevamente al ruedo.

Sí. Fue otro ejemplar. Uno totalmente diferente. Peleó con bravura y calidad. Un toro al que el Ciclón Mexicano cortó las orejas y el rabo.

Seis toros seis.

Quien asiste a una plaza quisiera presenciar una muy buena lidia de reses bravas, mirar con pasmo el trasteo que luce interminable; los muletazos de calidad largos y benevolentes. Enardecer.

Pero acertado es el popular comentario: "De toros, ni las vacas saben nada".





Mayo, 2004

posted by Pedro Díaz G. @ 5:02 PM 0 comments
El toreo es drama, es muerte



Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

El toreo es el trincherazo, el natural, citando de lejos; los lances, los muletazos, los imperiales redondos en una plaza llena; la limpieza del más comprometido par... El toreo es drama.
Y también es muerte.

Son inolvidables las imágenes del torero en manos de las asistencias a la enfermería. Las tendidos vibrando con su colorido, su ambiente, el olor a puro, los pasos dobles en honor al valor desmedido de hombres que se unen a la belleza sin par del toro bravo.

Ellos apenas lo vivieron. Carmelo Pérez y Esteban García Barrera truncaron el camino y su futuro taurino quedó roto abruptamente por la tragedia que ronda los ruedos: las cornadas.

Corría 1929 cuando triunfó esta pareja con signo de infortunio: novilleros sensación que no pudieron vencer a la muerte.



Asusta...



Prometían.

La tauromaquia se había acendrado en México y aunque los incipientes novilleros apenas tuviesen para subsistir, surgían de aquí y allá con ansias de triunfos. Para la campaña novilleríl no fue difícil incluir entonces al niño prodigio Fermín Espinosa Armillita , a Jesús Solórzano, a José González Carnicerito , a Alberto Balderas, a José Negro Muñoz, hermano de Jesús Ciego Muñoz, a David Liceaga y a un chaval de una nítida intuición y depurada técnica llamado Esteban García Barrera. Todos en la búsqueda de fama y gloria.

En "El Toreo" de la Condesa hizo su debut otro aspirante: Carmelo Pérez, quien pronto se convirtió en la revelación. El texcocano se le hizo debutar ante la cátedra como "el torero que asusta".

Pero en su primer novillo anduvo fatal: a la deriva, sin mostrar absolutamente nada, salvo una gran impotencia y desconocimiento en el oficio en su tarea ante los bureles.

Aquel primer novillo que mataba Carmelo ante el público fue un auténtico fracaso.

Lo reflejó el sentir en los tendidos. Y el grito, anónimo, a todo pulmón: "Asustas, ¡pero de feo!..." Ya...

Permanecía en el toril otro novillo, el segundo de su lote, reseñado para correrse en sexto lugar.

Y la decoración fue otra.

Carmelo desplegó entonces todo el valor que emanaba de sus tardes en el rastro, de sus carencias familiares, de su hambre de ser. Carmelo andaba por la plaza y olía a torero: paseíllo, verónica, faena, estocada, consagración.

Carmelo Pérez derrochó talento e hizo retornar al coso a un número considerable de taurinos que lo habían abandonado. Armó alboroto tal que conmocionó a ese público antes escéptico.

Y entonces la historia se revirtió: el gritón era uno, acaso el que más, de quienes lo izaban a hombros, congestionados de profunda emoción...



Un diamante solitario

Carmelo polarizó la atención.

Nadie hablaba de otra cosa que no fuese de él y, de inmediato, la empresa hizo la pareja con Esteban García Barrera. Estilos expuestos. De ortodoxo calificó el grupo de conocedores a Esteban, por su capacidad y poderío con los astados.

Todo mundo contento, se hicieron una serie de festejos en mano a mano donde la empresa ofreció al triunfador un anillo con un diamante solitario.

García Barrera mató un mayor número de enemigos; Pérez frecuentó la enfermería en diversas ocasiones, pero al final el anillo cayó en el dedo de Carmelo.

Esta competencia, en apariencia desigual, provocó un mayor interés. Funcionó la dupla.

Habría que unirnos. Pero cada uno tenía sus propios planes...



La cita de infortunio

La noche del 2 de noviembre de 1929, en la plaza de Morelia, en la tradicional corrida nocturna se anunció a Esteban García Barrera y a otro torero bravo y talentoso, David Liceaga, con encierro del hierro de Queréndaro, fuerte y con cara, con trapío.

Liceaga no llegó a Morelia por una falla mecánica que frenó a toda su cuadrilla. La empresa, entonces, pidió a García Barrera decidir la suspensión del festejo.

¿Cómo? Si el orgullo de los toreros no lo permite. Y entonces planteó la solución: él mataría a los seis novillos.

Pero no cumplió.

"Aleve", el segundo astado de la noche, lo sacó de un burladero, infiriéndole una cornada gravísima. A los cuatro días del percance, murió.

Hubo una consternación lógica en el medio taurino, pues se trataba de un joven con talento, que se volvía víctima, una más, de los cuernos de un toro bravo.

Promesa que se desquebrajaba.



Barbacoa, palmas, duelo...



Diez hijos tuvieron, en Pentecostés, estado de México, doña Asunción Gutiérrez y don Alberto Pérez, quienes se dedicaban al negocio de la barbacoa.

Cuando un accidente automovilístico acabó con la vida de su padre, y Silverio, el quinto de los hijos, contaba con 11 años de edad, su hermano mayor, Armando, se hizo cargo del negocio.

Y fue en un rastro donde Armando enfrentó a sus primeros astados. Ahí conformó un grupo de muchachos entusiasmados por el toreo; practicaba con ellos logrando pases valientes y arriesgados por lo que le llamaban El Loco .

Don Próspero Montes, el propietario de la Plaza Mixcoac, lo invitó a torear, y fue tal su valentía que siguió y siguió; para no ser identificado por su madre cambió su nombre por el de Carmelo Pérez. Y sus hazañas fueron rápidamente difundidas.



Entrecruzamientos

Se engarzan siempre en un punto los episodios.

Al día siguiente de la cornada que daría muerte a Esteban García, en "El Toreo" de la Condesa tomó la alternativa Carmelo Pérez de manos del gitano Joaquín Rodríguez Cagancho quien, por cierto, fue uno de los que más confianza tenía en que el joven nacido en Texcoco alcanzará un sitio relevante. Fungió como testigo el hidalguense Heriberto García.

El toro de la alternativa se llamó "Granado", berrendo del hierro de Piedras Negras, de la divisa rojo y negro. No anduvo bien el torero ante el burel tlaxcalteca grande, fuerte y bravo.

Pero se desquitó el hermano del compadre Silverio, con el sexto, "Madrileño", al que hizo una faena dramática. Ese era Carmelo: desconcertante, situado en los extremos, de esos fenómenos que no se dan de tarde en tarde. De línea heterodoxa.

En su segunda actuación, el 17 de diciembre de 1929, en el cartel figuraban el español Antonio Márquez y el esteta Pepe Ortiz, con una corrida del hierro de San Diego de los Padres.

Para Carmelo el destino le tenía deparado a "Michín".

Toro considerado, según trasciende en la leyenda, como uno de los mas fieros y codiciosos que se hayan lidiado en plazas mexicanas.

Mucho que contar del encuentro fatal: Carmelo fue fácil presa del toro. En cuanto sintió que lo tenía, ya con el joven en el suelo, con rabia le tiró varios derrotes, y lo despedazó.

Cinco cornadas, dos de ellas de las que ponen en peligro la vida. La primera en el muslo izquierdo, que terminó desgarrado. La otra, penetrante de tórax, con lesión severa en la pleura.

Sus alternantes y subalternos no podían quitárselo y el de San Diego de los Padres no lo soltaba, por el contrario, le infería más daño.

Inclusive, afirmó Antonio Márquez, el burel se ensañó con el torero y cuando, imagen inolvidable, las asistencias lo llevaban a la enfermería, el ejemplar, por arriba de la barrera, seguía, bufando, los pasos de la pequeña caravana.



La cita, en España

Parecía haber muerto Carmelo Pérez.

Pero no.

Y aunque su convalecencia fue lenta, la cita final estaba marcada para Madrid, la capital de España.

Lucía restablecido, sin embargo sus dañados pulmones le impedían adquirir fortaleza. Allá sólo actuó en una corrida, postinera, el Jueves de Corpus, en Toledo, alternando con Manuel Jiménez "Chicuelo" y con Domingo Ortega, figurones hispanos.

Sin alcanzar el triunfo, las crónicas mencionaban la personalidad del mexicano, un estilo propio que atraía y reunía peso. En una revista se escribió: "Por algún oscuro camino le llegaban a este indio predestinado voces de la mística española".

Carmelo Pérez no volvió a vestirse de luces en los ruedos de la península.

Sus fuerzas se minaron.

Y el 18 de octubre de 1931 dejó de existir, de una neumonía. El mal no lo fulminó. Su deceso se debió a las cornadas del bravísimo "Michín".

Escribió de este capítulo el maestro Pepe Alameda: "Si ya hemos dicho dicho que José Gómez Gallito (Joselito) no debería morir; que "El Espartero" (al que comparaba con el mexicano) tenía que morir, déjenme decirles ahora que Carmelo Pérez quería morir".

Silverio quedó profundamente marcado. Y a los 16 años de edad decidió su futuro: sería torero.

Aprendió entonces que el toreo es el trincherazo, el natural; los lances, los muletazos, la limpieza del más comprometido par... El toreo es arte, es drama y también es muerte.



Mayo, 2004

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El temple de la verónica



Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.


Lo instruye el diccionario, temple: capacidad de una persona para enfrentarse con serenidad a situaciones difíciles o peligrosas.
Verónica: lance del toreo que se ejecuta con la capa extendida o abierta con ambas manos enfrente de la res, en la que el torero se encuentra casi de perfil.

Y suena frío.

Pero mirarlo... Ver torear a Jesús Solórzano. Saborear sus faenas.

Apreciar desde el tendido el arrojo de un matador de toros, la bestia enfurecida, mientras el paño corta el aire primorosamente.

Dícese, en los doctos estatutos, que la verónica es el lance fundamental del toreo de capa, llamado así porque recuerda la imagen de la Verónica portando en sus manos el manto en el que quedó estampado el rostro de Jesucristo.

Es también el más frecuente al recibir al toro.

El torero, con el capote sujeto con las dos manos, cita, adelantándolo y sacando hacia atrás la pierna contraria, para atraer la embestida del astado.

Pero, ¿quién puede definir una excelsa verónica?

Interesante pregunta que va de boca en boca y nadie da una respuesta exacta y justa.

Desde luego, se considera al temple como la cualidad más codiciada en la fiesta de los toros, virtud natural que no se adquiere ni en mercados ni en boticas.

Quien tenga temple ante la furia de las reses bravas debe considerarse un privilegiado.

Pero el temple no lo es todo en la difícil profesión de burlar las embestidas con un engaño, llámese capote o muleta. El temple en concepto de un ganadero andaluz, como lo es Álvaro Domecq Díez, significa: "Torear despacio, torear con temple, que es la virtud suprema del toreo".

Y al mencionar estas dos frías palabras de diccionario, hierve el alma, y sale a la palestra la memoria del Rey del Temple , Jesús Solórzano Dávalos: en la historia del toreo, uno de los diestros que mejor haya toreado con el capote, pero, por sobre todas las cosas, no se olvida su toreo a la verónica.

Vamos, es más difícil ver torear bien a la verónica, que observar una gran faena de salida a hombros.

Hay muchos trasteos memorables y muy pocos toreros a quienes nombrar por su buen toreo a la verónica. Uno de ellos, para orgullo de México, es Jesús Solórzano.



El niño aristócrata

En la colonial y barroca Morelia, el 10 de enero de 1908 nació Jesús Solórzano Dávalos. Segundo hijo del matrimonio integrado por don Jesús Solórzano Pliego y doña Felisa Dávalos, miembros de familias distinguidas en esa ciudad capital.

La fortuna de esa acaudalada familia se esfumaría a consecuencia de los estragos que causó la Revolución. Sin embargo, Tuto , como se conoció de pequeño a nuestro personaje, pues así le llamaba su hermana María Luisa, según datos que extraemos de la biografía que del torero escribió "C. Madrazo", creció sin carencias, no obstante la crítica situación.

De refinados modales, destacaba su figura y lo bien parecido.

El propio diestro hacia hincapié de ello con desparpajo y, con simpatía sin igual manifestaba que las damas de aquel tiempo, al verlo decían: "¡Cómpramelo, mamá!" Su padre tuvo que salir de Michoacán, pues el general Gertrudis Sánchez puso precio por su cabeza. Se refugió en el estado de México con sus parientes, la familia Pliego. Doña Felisa murió el 11 noviembre de 1918, víctima de la fiebre española, cuando Tuto era aún un niño.

Muy pronto Jesús Solórzano mostraría ese sentido del temple que portaba en las muñecas: debutó como novillero el 9 de mayo de 1928 en la plaza de Tacámbaro, en su estado natal.

Pocos días después hizo su debut en el Toreo de la Condesa, e ingresó a la cuadrilla que dirigía El Tigre Juan Silveti. Pronto se situó en un lugar preferente, y en la temporada 1929, esa gran campaña que ofreció el varilarguero Juan Aguirre Conejo Chico , se distinguió al lado de Carmelo Pérez, Esteban García Barrera, José Muñoz y José González Carnicerito de México .

Ganó en ese año la "Oreja de Plata", siempre dando de qué hablar por su toreo de capa, a la verónica, diferente a lo ofrecido por los otros diestros. Esa temporada tomó la borla de matador de manos de Félix Rodríguez que le cedió al toro Cubano de Piedras Negras.

Renunció a ese doctorado y marchó a España, a jugarse el todo por el todo, apoyado por el diestro español Antonio Márquez, por la la amistad con la casa ganadera de los Domecq y con una carta de recomendación bajo el brazo. Escrita por don Francisco Madrazo, ganadero de la Punta, nada menos que para El Pasmo de Triana Juan Belmonte.

Jesús debutó en Sevilla y desde que se abrió de capa, marcando con parsimonia, elegancia, técnica y señorío su verónica, convenció a todo mundo, saliendo a hombros por la puerta del príncipe.

Toreó la tarde del 21 de mayo de 1930 con Alberto Balderas, su amigo, y un novillero español que hacía su presentación, Diego Gómez León Laine , ante ganado de Murube.

Brindó la muerte de uno de sus novillos, precisamente, al trianero Belmonte y por la noche fue verlo a su finca para entregarle la carta de don Paco Madrazo.

La leyó el Fenómeno y miró a Chucho. Sonrisa en boca, ironizó: "Esta carta la puedes romper. Aquí me pide mi amigo Paco que te ayude, que te recomiende con las empresas... Vaya... pues con lo que has hecho esta tarde, mi recomendación sale sobrando".



Aromatizar el ruedo

Esculpió la Verónica.

Tuvo Jesús Solórzano infinidad de toros, en los cientos de corridas que lidió durante su carrera, más de 600 festejos en México, España y toda Sudamérica.

Solórzano se sublimó en el trazo de la verónica, junto con el pase natural, la esencia más pura en el arte de la lidia. Porque torear bien es aromatizar los ruedos del mundo.

Siendo un torero que con el capote se le cocinaba aparte, tuvo sus mejores tardes con algunos toros como Revistero en Madrid, pero en México hay ejemplares que guardan un recuerdo imborrable, como la tarde del 13 de febrero de 1938, cuando no toreó, sino esculpió la verónica con Tortolito de San Mateo. Ejemplo para la eternidad.

Hubo inclusive un distanciamiento entre el moreliano y don Antonio Llaguno. El ganadero solicitó al diestro indultara a la res, éste se negó, señalando que si lo pedía el público sí lo haría. Lo mató y el criador se sintió muy herido, pues la estima que tenía por el maestro Solórzano era mucha. Cosas frecuentes en el medio taurino...

Y otro toro, este de La Punta, Botanero , la tarde de la reaparición de Manolete en México, tras la cornada del 9 de diciembre de 1945. Fue el 16 de enero de 1946 cuando Fermín Espinosa Armillita cortó esa tarde cuatro orejas y dos rabos; Manolete tres orejas y un rabo y Solórzano una oreja a ese quinto astado, al que le largó ¡siete verónicas!, de las que salió hablando la gente, memorias que se recuerdan hasta la fecha. De esas escasas ocasiones en las que se observó torear exquisitamente con el percal, el capote.



Ora Ponciano

En la década de los treinta al cineasta Gabriel Soria le vino a la mente hacer un largometraje taurino, y pensó en Ponciano Díaz, el primer torero mexicano de renombre.

Seleccionó a Jesús Solórzano para ser el galán de la película, con Consuelito Frank, hermosa estrella del cine nacional.

Nos cuenta Jesús Solórzano Pesado, hijo de Chucho, torero y tan artista como su padre, cómo, tras la faena a Fedayín , en la trama el torero seducía a la muchacha, hija de un ganadero.

Se filmaba una escena en que tenía que besarla, pero no convencía. La toma no salía bien. El director dio instrucciones a Chucho: "¡Bésala con pasión, ardientemente!".

Y con suma sensatez respondió: "¿Cómo quieren que la bese así, si tengo al marido enfrente? Sáquenlo y verán".

Escena perfecta.

El maestro Solórzano tuvo sincera amistad con Armillita , Alberto Balderas, Carlos Arruza, Manolo Dos Santos, César Girón, Antonio Márquez, Francisco Vega de los Reyes Gitanillo de Triana .

Tenía también una estrecha amistad con el pelotari Aquiles Elorduy, quien en su profesión era parecido al Rey del Temple , pero en el manejo de la cesta. Inmaculado en su juego. Tanto se estiman que la cabeza del toro Revistero fue regalo del maestro al pelotari.

Como buenos amigos de todo discutían para finalmente a todo ponerse de acuerdo.

Chucho, un devoto de la Virgen de Guadalupe, Aquiles un ateo que gozaba haciendo enojar a los católicos, llamando su dios a Benito Juárez. Un buen día, Elorduy largó irreverencias de la Guadalupana y Chucho despotricó de Juárez. El enojo fue de no creerse: se dejaron de hablar, pero hicieron las paces y se respetaron pues de religión, política y toros ¿quién se pone de acuerdo? Nadie.

El maestro Solórzano, casado con doña María del Carmen Pesado Haghenbeck, dama de una condición humana fuera de serie, se fue de los ruedos la tarde el 10 de abril de 1949, en la Plaza México cuando alternó con Luis Procuna y Rafael Rodríguez, con toros de Matancillas.

Con él se fue la suavidad, la parsimonia, el arte, la estética y el encanto de una excelsa verónica, cuyo significado, lejos de los diccionarios, habrá que buscarlo incesantemente en cada ruedo.



Junio, 2004

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Alberto Balderas, la cita ineludible



Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

Sus restos fueron velados en una funeraria de la calle de Copenhague. Desfilaron ante el féretro miles de personas de todos los niveles sociales y de todas religiones.
Se fue Alberto Balderas Reyes.

La tarde del 29 de diciembre de 1940 se convirtió en la víctima de la fiesta más llorada, más sentida y por quien siempre pesa una sincera añoranza. Se fue el matador.

Torero elegante, muy adornado con el capote y exquisito en la suerte de banderillear, acaso flojo con la muleta y con la espada, su toreo se adaptó mucho mejor al noble toro mexicano que al más encastado y nervioso toro español.

El sino de Balderas, el torero de México , estaba marcado. Un burel de nombre "Cobijero" le esperaba al casi finalizar un sangriento, para la tauromaquia mexicana, 1940.

Un añejo adagio sentencia: "Del rayo te salvas, de la raya, no".

Es el destino...

Se cuenta, en una pequeña leyenda, que un caballero de la ciudad de México caminaba una tarde por el centro, cuando, de pronto, se encontró con la muerte. Después de mirarse fijamente cada uno siguió su camino. Él, atemorizado y con el miedo reflejado en el rostro, salió despavorido rumbo a la ciudad de Querétaro. Ella, en su andar, pensó: "Qué extraño. Tengo cita con este hombre hoy por la noche, precisamente en Querétaro".



Esa raya...



Entre las grandes tragedias dentro de la fiesta de los toros, una provocó consternación unánime: la cornada y muerte de Alberto Balderas en la quinta corrida de la temporada en la plaza de toros "El Toreo de la Condesa".

No era su toro. La lidia correspondía a José González Carnicerito de México , quien pedía permiso a la autoridad para empezar la labor muleteril.

"Cobijero", tercero de la tarde, arrolló a Balderas cuando estaba en el tercio, esperando.

El burel de la famosa dehesa de Piedras Negras había enseñado defectos visuales en su lidia.

Hizo el intento de embestirle a Carnicerito , Balderas lo tocó con el capote, el toro se fijó en él y lo arrolló, haciendo caso omiso al movimiento que con el percal alcanzó a hacer Alberto: lo cogió y se lo echó al lomo. El cuerpo del torero resbaló hacia la cabeza y el burel tlaxcalteca lanzó el derrote, seco y seguro. Mortal. El pitón penetró en la región hepática y partió el hígado del torero.

Su muerte fue casi instantánea.

De hecho, fue un cadáver el que ingresó al quirófano de la enfermería, donde los médicos de esos tiempos, Javier Ibarra y José Rojo de la Vega, se vieron maniatados. La ciencia ya nada podía hacer.

Pero, ¿por qué salió al ruedo?

Su cita con la muerte estaba dictada para ese tercer toro. En el primero, el diestro había cedido la borla de matador a Andrés Blando, otro de los toreros hechos en el Rastro de Tacubaya.

El segundo de la tarde, de nombre "Rayao", cogió al valeroso diestro rompiéndole sólo la taleguilla del terno canario y plata que lucía la tarde del adiós.

Y comienzan las suposiciones.

Que si sufre Alberto una herida en el muslo no hubiese sucedido nada, que hubiese sido una cornada como muchas otras que padeció en su carrera. Que "Rayao" sería un aviso no de "Rayao" sino de `raya`. Que...

Se fue Balderas.

Pero antes le cortó la oreja, tras una faena de mucho mérito, en la que derrochó valor a raudales: torero honrado a carta cabal.

Al inicio del tercero, "Cobijero" pudo haberse quedado más tiempo en el callejón, donde el mozo de espadas remendaba al diestro la taleguilla. Inclusive, dicen que lo apresuró para salir al ruedo cuanto antes, a la cita ineludible.

Asimismo, se cuenta que esa temporada Alberto declaró a la prensa que retaba a los toros a que le dieran cornadas: "Sí no me las dan, este año tomaré mi sitio"...

El derrote de "Cobijero" y la guadaña de la parca hicieron trizas las ilusiones de ese torero que, como sea, ya tenía un sitio ganado en el escalafón de lo que se considera la época de oro de la tauromaquia en México.



Un torero incómodo

Alberto Balderas vio la primera luz en esta capital mexicana, el 8 de abril de 1910, en el seno de una familia acomodada. Su padre, director de orquesta, se opuso a que Alberto se dedicara al toreo, pero poco pudo hacer ante la firme vocación de un joven impetuoso.

Hizo su debut en la plaza de Mixcoac, el 10 de enero de 1926, cuando estaba por cumplir los 16 años. Pronto destacó haciendo pareja con otro elemento de profundas cualidades, José Negro Muñoz, quien por mala cabeza no alcanzó el lugar que realmente le correspondía.

Partió a España y obtuvo triunfos de un potosí de valía, en las dos mejores plazas de la península: Madrid y Sevilla. Sobre todo en la Real Maestranza, donde cuajó a un novillo casi perfecto, dicho así pues en el toreo no existe la perfección.

Tomó la alternativa el 19 de septiembre de 1930 en la plaza de Sevilla, con Manuel Mejías Bienvenida como padrino, y como testigo Andrés Molina, después de haber triunfado clamorosamente en la misma plaza el 18 de mayo con "Hocicudo", toro de Guadalest, que brindó a Belmonte, astado al que cortó las dos orejas y el rabo.

Confirmó el doctorado al año siguiente, en la cuarta fecha del abono, con Cayetano Ordóñez como padrino y de testigo Vicente Barrera. En aquel tiempo no se confirmaba el doctorado en México.

Compitió Alberto con lo más granado de la torería tanto en España como en México, en la llamada "Época de Oro" de la fiesta en suelo patrio. Y siendo al principio un torero de corte fino, artista, concluyó haciendo gala de un valor espartano, de mucho carácter y de una actitud de honradez, cuyo reconocimiento, admiración y cariño fue total: por ello el torero de México .

Tuvo triunfos muy importantes, que causaron gran revuelo. Sin embargo, la tarde más completa y redonda, en la que, como se dice en el argot taurino, dio un "baño" al maestro Fermín Espinosa Armillita , fue aquella de un mano a mano en "El Toreo". Balderas obtuvo seis orejas y tres rabos de un encierro de Piedras Negras... ¡In-con-mensu-ra-ble! Y se hilvanan las historias siempre, incomprensibles y certeras: en esos potreros tlaxcaltecas, de donde salieron los tres astados de este éxito, ya pastaba, como un utrero, novillo apenas, esperando el día de su aparición en una plaza de toros, el que sería un fiero burel con un defecto visual, de nombre "Cobijero".

Alberto formó parte, asimismo, del grupo de toreros que conformaban Armillita , Solórzano, Gorráez y Silverio, entre otros, y los ganaderos de Tlaxcala, de apellido González, los Madrazo de Jalisco y los Barbabosa del estado de México, dividiéndose en otro grupo que incluía a Lorenzo Garza, Luis Castro El Soldado , Alfonso Ramírez Calesero , y otros, con los ganaderos zacatecanos don Antonio y don Julián, de la casa Llaguno, esto, en la parte final de los años treinta; se le conoció como el pacto de Texmelucan.

Tuvo más éxito el primer grupo, pero nada extraordinario.

Después llegaría la reconciliación, pues esos pleitos, se convencieron, jamás conducen a nada bueno.



1940, un año trágico

La bonanza abandona a los taurinos de la capital.

Se vivió en 1939 una difícil etapa: las empresas no se animaban a montar el espectáculo, pues la gente se había alejado, lenta pero irreversible, de la plaza "El Toreo" de la Condesa.

En semejantes circunstancias se anuncia la temporada 1940-41. Debuta como empresario el doctor Alfonso Gaona.

Qué año este 1940.

Primero de enero: muere el novillero Juan Gallo, en Aguascalientes. Y así, a lo largo de las 12 hojas de su calendario, se van sumando, en trágica numeralia, cerca de 40 cornadas. Muy graves algunas, como la que sufrió el novillero Felipe González, en el femoral. Año infame que cierra, el 29 de diciembre, con la cornada y muerte de Alberto Balderas, nuestra historia.

Qué año el 40.

El doctor Gaona, en las primeras cuatro corridas, ve cómo caen heridos cuatro toreros.

Empieza la campaña el primero de diciembre, tarde en que Armillita da la alternativa a Carlos Arruza, quien sufre una cornada al entrar a matar a "Oncito", de Piedras Negras, el toro del doctorado.

Pasa sin nada que lamentar la corrida del día 8; pero en la del 15, el toro "Andaluz", de Zotoluca, infiere una grave herida al maestro Lorenzo Garza, y el domingo 22, en la cuarta corrida, sufre una cornada el diestro Paco Gorráez.

Sangrienta, la campaña.

Presagios.

Y es la raya que nadie cruza...

A pesar de todo, nadie espera a la muerte. No tan pronto.

Pero llegó.

Embistió a Alberto Balderas.

Trágica sesión del domingo 29, cornada y muerte ante el de la divisa rojo y negro, del hierro de Piedras Negras. Escribió el maestro Pepe Alameda: "Balderas murió cuando más vivo estaba".



El duelo, la conmoción

Antes de que concluyera la trágica corrida, ya por el tendido corría la infausta noticia: "¡Balderas ha muerto"! Los aficionados estaban consternados y por la noche la gente se dio cita en el exterior del coso de la colonia Condesa. Querían conocer detalles, con la esperanza de que no fuese verdad el insistente rumor...

¡Era!, ¡lamentablemente lo era! Los restos del infortunado diestro fueron velados en la calle de Copenhague, donde desfilaron miles de personas.

El cortejo fúnebre fue una manifestación de duelo. De la calle Copenhague, pasando por Paseo de la Reforma, la calzada México-Tacuba hasta llegar al Panteón Moderno, su última morada, verdaderos caudales de gente lo acompañaron en el sentido adiós.

La gente quería despedirse y salían ante el paso de la caravana fúnebre. Nunca antes de esto, ningún personaje público, ningún torero mucho menos, había tenido esa respuesta de dolor, de sentimiento, de admiración y de lamento de un pueblo que lloró el inesperado y triste final.

Balderas como tributo pagó con su vida todas las satisfacciones que le proporcionó la fiesta de los toros. Sus compañeros también le lloraron como amigo, torero y hombre. Fue impresionante, en todos aspectos, el sepelio de un ídolo de la tauromaquia.

Así terminó 1940, año trágico. El sino de el torero de México estaba marcado para ese 29 de diciembre, día de la cita ineludible. "Cobijero" miró apenas, entre brumas, a aquel hombre valiente que vestía de canario y plata... Y le embistió.



Junio, 2004

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Torero de época y de siglo



Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

Sería torero. De época. De siglo. Torero del pueblo: idolatrado.
Lo fui dice él, Silverio Pérez, El Compadre, El Tormento . Fui el torero más miedoso del mundo, pero fui, soy torero. Vivo torero y moriré torero.

De aquel viejo miedo de Silverio revela el escritor Guillermo H. Cantú en el libro Silverio, o la sensualidad en el torero : "Silverio Pérez nunca escapó a su miedo, más bien lo acompañó, lo dejó entrar a su ser; sin presentarle oposición lo recibía. Lo toreaba, lo acariciaba y luego lo mandaba suave, lentamente, en dirección al público, hasta donde llegaba sobrecogedor, intenso, humano, para que los espectadores, sufriéndolo, compartiéndolo con él, se emocionaran hasta las lágrimas con su sensualidad profunda y elocuente".

Olé.



De ‘Monarca’ a ‘Tormento’

Si se niega es mentira: no existe ningún torero que no lleve dentro eso que se llama miedo. El temor ante lo desconocido, lo impredecible, lo que está sujeto a lo que en el ruedo marque el toro, símbolo de la fiesta de la sangre, seda y sol.

Y el objetivo del torero es imponerse precisamente a ese temor, superarlo. Dar la sensación de valor, de no temerle a la muerte... ¡Qué difícil dar ese pequeño paso! Muy a colación escribió el maestro José Alameda: "Dar un pasó atrás significa el fracaso, dar un paso adelante, la muerte".

Un trance que Silverio Pérez vivía con total intensidad. Es incongruente el espectáculo, pues El Faraón de Texcoco nunca negó estar invadido de miedo, pero era objeto de una transformación de espíritu al momento de tocarlo la diosa inspiración.

En el cuerpo del temeroso diestro se manifestaba el torero más valiente. Se convertía, como lo calificó el músico poeta Agustín Lara, en el Tormento de las mujeres . Se pasaba los pitones más cerca que ninguno y su trazo producía un dramatismo estremecedor, que hurgaba en lo más profundo del aficionado.

Cuando Silverio recibió en Veracruz el cuerpo de su hermano Armando Carmelo Pérez, después de morir en Madrid el 18 de octubre de 1931, de pulmonía fulminante a consecuencia de la cornada que "Michín" de San Diego de los Padres le infirió en "El Toreo" de la Condesa, le prometió ser torero.

Carmelo se convirtió en leyenda y leyenda es que El Faraón , como le ofreció a su hermano ante el féretro en algo similar a una venganza directa al implacable y cruel destino, no sólo fue torero, sino que alcanzó niveles más importantes y trascendentales...

¡Se hizo figura del toreo y el ídolo más querido del escalafón taurino mexicano!

Estilo tricolor

Se discutió, se discute y se seguirá discutiendo sobre las escuelas del toreo.

La técnica en el arte de la lidia, para todos los estilos, es la misma, sólo que cada quien impone su interpretación, su sentir y su sensibilidad.

Existe el estilo rondeño, que es seco, serio, apegado a una técnica sin muchas florituras; el sevillano es un trazo alegre, cascabelero, barroco y de luz; el estilo mexicano es de sentimiento, es un trazo con una dejadez de expresión en las suertes que le da una templanza muy particular.

El toreo de Silverio Pérez reunía esa sensibilidad muy, como dice su paso doble, de un torero azteca y español.

El Compadre aportó al toreo ese trazo, un corte que mantuvo Manuel Capetillo con el estilo mexicano y que perpetuó a un alto nivel el regiomontano Manolo Martínez. Por ello surgió la discutida escuela mexicana del toreo que, reiteramos, para nosotros es estilo y con profundas raíces acendradas de nuestra idiosincrasia.

Silverio puso un sello especial a un lance y dos muletazos: la chicuelina, el trincherazo y el toreo en redondo, sobre la mano derecha, mejor entendido como derechazo.

No necesitaba más. Se aseguraba que era un "diestro corto", pues no ejecutaba esa abundante gama de suertes que reúne el ejercicio taurino. Pero nadie hacia mejor la chicuelina; ninguno interpretaba el trincherazo como él; ni tampoco nadie imprimía al derechazo esa templanza, expresión y dimensión que hacía que la suerte pareciera eterna.

Dio un sello a su interpretación tan singular que no pocas veces se escribió con letras mayúsculas: "Asilveriarse o morir".

Las damas, la verdad sea dicha, sufrían en las faenas del texcocano. De ahí la frase del músico poeta de "Tormento de la mujeres".

Existe un anécdota: Silverio, como otros, fue a La Habana, Cuba, a torear un festival invitado por Fidel Castro. Debemos decir que antes de derrocar a Fulgencio Batista, el comandante Castro convivió mucho con toreros y era asiduo asistente al famoso café "Tupinamba"...

El paso doble de Silverio estaba de moda en Cuba y en cuanto llegaron los toreros al aeropuerto, un mulato al ver a El Faraón con sorpresa le expresó: Silverio, ¿tú eres el tormento de las mujeres?... ¡Chico, tú eres la muerte!

La rivalidad con ‘Manolete’

Nuestro héroe de esta ocasión, nació en Texcoco, el 20 de noviembre de 1915; a la muerte de Carmelo y al decidirse a ser torero, fue discípulo del maestro Fermín Espinosa Armillita .

A su amparo toreó mucho como "sobresaliente" y se fue de aspirante a España, en 1935, lo que le sirvió de mucho. El mismo maestro le concedió el doctorado en Puebla, el 6 de noviembre de 1938, con Paco Garráez de testigo y después se lo confirmó en México 11 de diciembre del mismo año en "El Toreo", con "Vigia" de La Laguna.

Silverio actuó con otro aspirante que respondía al nombre de Manuel Rodríguez Manolete . En la plaza de Tetuán de las Victorias. Esa tarde les acompañó Félix Fresnillo Valerito II y otro mexicano que destacó como novillero: Liborio Ruiz.

Ninguno de los dos, Silverio y Manuel, se imaginaron esa tarde que una década después, el 9 de diciembre de 1945, convertidos en figuras consolidadas se verían las caras nuevamente.

Tarde triunfal.

Manolete causó conmoción: le cortó el rabo a "Gitano", el de la confirmación, y el otro, "Cachorro", le dio una cornada.

Silverio esa tarde inmortalizó a "Cantaclaro", en capítulo de inspiración y una de las pocas veces que toreó con la mano izquierda.

Siguieron una serie de confrontaciones entre texcocano y cordobés. Tardes de un real pique. En Irapuato, Silverio, inclusive, lidió un toro de "La Punta" al que le cortó ¡una pata! Después, en la segunda corrida del serial de la inauguración de la Plaza México, Silverio obtuvo el primer rabo del coso con el toro "Barba Azul" de Torrecilla.



Esa cumbre

Se colocó la etiqueta de figura en 1939, cuando cuajó al toro "Pizpireto" de La Punta, en "El Toreo".

Ahí dejó ver su potencial taurino, con altas y bajas, pero con un destello que servía para dejar complacida a la clientela.

Fue en la temporada 1942 cuando se subió a la cumbre con trasteos que lindaron el dramatismo, el arte y, sobre todo, esa sensibilidad a la mexicana. Brilló con todo su esplendor: primero ante "Guitarrista", de San Mateo; luego "Caraba" de la Punta y con "Cocotero" de Torrecilla.

Alcanzó el clímax la tarde imborrable del 31 de enero de 1943. Debut de la ganadería de Pastejé, Fermín Espinosa Armillita , Silverio Pérez y la alternativa de Antonio Velázquez.

Se realizaron en la jornada faenas insuperables, que perduran como ejemplo. El maestro Fermín a "Clarinero", una lección intensiva del toreo al natural; El Compadre , inconmensurable, tocó con los dedos los linderos de la gloria, con la faena, todo un concierto de arte, dejándose llevar por el espíritu en una amalgama con la gran clase de "Tanguito".

Inmortales.

Bien decía Juan Belmonte: "El toreo es una actividad del espíritu". Un trasteo cumbre en la biografía torera de El Faraón y también en el sentimiento del núcleo popular.

Olé.



Veía doble

En 1944 se firmó el Convenio Taurino Hispano-Mexicano. En la temporada española de 1945 Silverio marchó a España. Se encontró con un panorama de gran presión y, a toda su capacidad, la pareja que formaron Carlos Arruza y Manuel Rodríguez Manolete .

No se sintió tranquilo, el Monstruo y el Ciclón se arrimaban desesperadamente. Silverio, anunciado en Madrid, con Armillita , Domingo Ortega y Manolete , presentó un certificado médico de que veía doble. No observando el medio propicio, idóneo a su temperamento, decidió retornar a México.

Aquí, a finales de 1945, dio la gran batalla al cordobés. Sí, el mal óptico desapareció para nuestro beneficio.

Antes de esto, en cierta recepción taurina, Silverio charlaba con Mario Moreno Cantinflas . Entonces pasó un mesero con la charola de canapés, pero sólo había uno.

Don Mario, muy serio y propio, se dirigió al texcocano y le planteó: Compadre Silverio, usted que ve doble, tome el canapé que no es y déjeme el otro, así el joven no da otra vuelta...

Diversos percances sufrió el diestro mexiquense. El más grave de todos, el que le infirió "Zapatero" de La Punta, el 13 de febrero de 1944 en "El Toreo", una cornada de las que ponen en peligro la vida, con exteriorización de un testículo. Las cosas del toro: en el primero de "El Soldado", Silverio cuajó un enorme quite por fregolinas y el segundo fue "Zapatero", al que toreó con la mano izquierda, antes de que padeciera la cornada.

El impacto fue seco y de inmediato se palpó la gravedad: El Faraón se desmayó, se desprendió de la materia. Cornada que pudo haberle matado.

Su adiós de los ruedos se realizó el uno de marzo de 1953 en la Plaza México y tuvo que matar al toro "Malagueño" de San Diego de los Padres, de la misma procedencia de la dehesa en cuyos potreros nació "Michín", el ejemplar que directamente causó el deceso de su hermano (Carmelo ).

Actualmente El Faraón goza de cabal salud, junto con su esposa, María de la Paz Domínguez, la gran Pachis , dama fuera de serie, con la misma sensibilidad que el compañero de vida...



Para la eternidad

A decir de los historiadores, Silverio Pérez es quizás el torero de más clase y personalidad que haya dado el país.

Sin embargo, una incógnita quedará en el aficionado a los toros: ¿"Clarinero" o "Tanguito"? ¿Armillita o Silverio ?

Publicaron los diarios de la época: "De Silverio no se puede decir mucho, se debe pensar que en México no ha habido torero más impresionante, más dramático, más profundo y de más hondo sentimiento. Tiene un campo de acción que es infinito... Pero la duda seguirá mientras exista el mundo: ¿quién es el mejor?..."

Silverio Pérez Gutiérrez: torero de inmensa clase, exquisito gusto, depurada técnica y hondura auténtica; torero capaz de rivalizar en genialidad con el Monstruo , lo que le encumbró a lo más alto entre los ídolos de la afición mexicana.

Mirando torear a Silverio me ha salido de muy dentro lo gitano de un cantar.

Junio, 2004
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Tres víctimas, tres




Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.

La tragedia convive permanente en la fiesta de los toros.
Sin embargo, el destino resulta terriblemente cruel en casos específicos: tres de ellos marcaron una desgracia fatal, en los nombres de Félix Guzmán, Eduardo Liceaga y José Rodríguez Joselillo .

Tres veces resonaron los clarines de muerte. Tres víctimas. Tres.

El toreo, este pasional espectáculo, se distingue por la apenas perceptible línea entre el triunfo y la tragedia. Se afirma que allá arriba de escribe la historia y los designios de cada quien. Debe ser.

Por tanto, los hay quienes nacen con estrella y otros, en cambio, suelen ser no tan afortunados; no cruzan el río.

Es el juego de la vida; principio y final. En el intermedio hay quien alcanza la gloria, otros la tocan con los dedos; se pasean por los linderos del riesgo, con la muerte siempre de cerca, pero finalmente resultan desafortunados y no alcanzan propósitos, objetivos, anhelos y metas.

En el toreo hay arte, elegancia, temple, valor, emociones, pero también pasión, espectáculo, triunfo y tragedia.

Ellos, los toreros, llaman a la suya la profesión más difícil en el mundo. Y sus propias consecuencias lo muestran con nitidez.

Acaso de entre 100 chavales que quisieran ser toreros, escasos, se podrán contar con los dedos, muy pocos en verdad llegaran a ser matadores de toros, no de un gran rango y, puede usted apostar, ninguno llegará a ser figura del toreo. Por ello la tragedia de estas tres víctimas. Tres.



La desdicha del niño-torero

Quedará inscrita en los libros de tauromaquia que reseñen las actuaciones de estos siglos: una de las más exitosas temporadas novilleriles en México fue la de 1942, organizada por Carcho Peralta.

Se presentó un grupo de toreros, entre ellos Luis Procuna, Antonio Velázquez, Luis Briones, Rafael Osorno y un chavalillo que causó conmoción: Félix Guzmán, de ascendencia alemana.

Rubio, ojos vivarachos, cara de niño travieso y un carisma sin límites. Nació el 29 de julio de 1923 en la ciudad de México.

Fue tal su comunión con el público, el día de su debut, que los entusiastas aficionados terminaron paseándolo a hombros por todo el tendido del toreo de La Condesa.

Mostró un valor sereno, del que vale, nada de relumbrón. Se quedaba quieto, se pasaba a los toros muy cerca y la proyección que provocaba igualmente, de inmediato, hacia explosión.

Su destino no era generoso.

Al año siguiente, en 1943, murió su única hermana y ese lamentable suceso provocó que su madre perdiera la razón; como para partir el alma a cualquiera.

El 30 de mayo torearon en "El Toreo", Pepe Luis Vázquez, Félix Guzmán y Arturo Fregoso, al que anunciaban como el último discípulo de Alberto Balderas.

El quinto burel del hierro de Heriberto Rodríguez, "Reventón", le cogió inferiéndole una lesión que parecía normal, una cornada como tantas otras de las que se han producido en las plazas de toros.

Pero Pepe Luis Vázquez, primer espada, vio a Félix y le dijo: "Estás herido, ¿mato yo al toro?".

No, lo mato yo, contestó a quien decían el niño-hombre.

Vázquez observó al novillo doblar cerca de toriles y a Félix, caminando de frente. En los medios giró a la izquierda, hacia la enfermería y, antes de entrar, se despidió del público.

Considera Pepe Luis que él sintió que ese adiós "llevaba algo", como si fuese una despedida para siempre...

Lo fue. El niñohombre, días después falleció. Septicemia gaseosa. Los médicos nada pudieron hacer. Corrió la noticia y causó conmoción en el medio. Se fue Félix Guzmán, otro prospecto que empezaba el camino. Desdicha por el niño-torero que murió como hombre.

El destino no tiene compasión.



Un completo lidiador

Eduardo Liceaga es una leyenda. Miembro de una dinastía torera que encabezó el maestro David Liceaga, aún vigente, nació en el Distrito Federal el 20 de noviembre de 1922. Muchacho estudioso y sano, sólo sufrió un contagio: el virus del toro lo invadió y aprendió la lección muy bien con su maestro y hermano David.

Lalo debutó como novillero en la temporada 1944. Su ascenso tuvo una firmeza tan sólida que tarde a tarde se consolidaba más y más. Y más y más.

No quiso adelantarse. Prefirió actuar otro año como novillero, para madurar y andar sin tropiezo la incongruente profesión. La impredecible.

Lalo Liceaga arrolló. Su depurada técnica, su intuición innata, su capacidad y facilidad para entender a los "enemigos" fue tal, que los pronósticos de profesionales y taurinos auguraban a una figura del toreo en México.

Ese 1944 se firmó el Convenio Taurino Hispano Mexicano, después del boicot.

Esto dio oportunidad para que Liceaga se fuese a España y continuara su ascenso, que fue meteórico. Debió inclusive pasar el invierno allá. No dejó de torear en el campo mientras corría 1945, año en el que debutó en Madrid, el 26 de agosto, con éxito y convenciendo.

En México triunfaba Manuel Rodríguez Manolete , se inauguró la Plaza México en 1946 fue un año clave para las aspiraciones del joven Liceaga. Triunfó en todos lados, sobre todo en la Real Maestranza de Sevilla, a grado tal que se le firmó para tomar la alternativa durante la postinera feria de San Miguel, en septiembre, en el pomadoso y barroco coso de la bella ciudad andaluza.

No alcanzó el tiempo. El 18 de agosto en la plaza de San Roque, muy cerca de Algeciras, un novillo del hierro de Concha y Sierra, de nombre "Jaranero", le dio la puñalada que lo mató. Incrédulos aficionados pretendieron negarlo.

Cuando se dio la infausta noticia al maestro David Liceaga, y al mismo tiempo preguntó: "¿Qué traje usó Lalo?

El grana y oro se hizo un silencio al otro lado del hilo telefónico.

¿Cómo? Le indiqué agregó el maestro David, que ese tono grana, ese, no lo usara.

Eduardo Liceaga mostraba cualidades excepcionales cuando la vida se le desquebrajó inoportunamente. Una vez más la fatalidad se impuso a la destreza de un completo lidiador.



Otro héroe caído

Laurentino José López Rodríguez, mejor conocido en el medio taurino como José Rodríguez Joselillo , es otro héroe caído.

Español, nació el 12 de julio de 1925 en Nocedo de Curueño, en la provincia de León.

Antes, su hermano José Luis López Rodríguez había llegado a México para abrirse paso. Laurentino arribó a México a los siete años, habiendo embarcado hacía América el 24 de junio de 1932.

Su hermano tenía una tienda de abarrotes. Lo enseñó a trabajar, lo puso a estudiar, pero el chaval, de fáciles reflejos para hablar y actuar, hacía lo que le daba la gana hasta que uno de esos días de andar de un lado para otro le picó la ponzoña taurina.

Así que con sus amigos empezó a torear de salón. Espigado, estatura idónea, con un tipo de torero que impactaba al instante...

Sin maestros taurinos su técnica era deficiente sin considerarse un obstáculo gracias a la simpatía que lo hacia brillar, el valor de hacerse sentir y el quedarse quieto con los pies enraizados en la arena, cualidades que producían el pasmo en los tendidos.

Unos cuantos novillos de media casta, algunas novilladas en Puente de Vigas, plaza que administraba Guillermo Martínez El Pilón . Los profesionales de buen ojo y los aficionados con sensibilidad le veían ese "algo" que portan los privilegiados.

Hizo su debut en la Plaza México, el 25 de agosto de 1946, alternando con Manuel Jiménez Chicuelín , Pepe Luis Vázquez y el español Fidel Rosales Rosalito , con novillos de Chinampas, ganadería con procedencia de "La Punta", de los señores José y Francisco Madrazo.

Al novillo del debut, "Campero" le armó la grande: le cortó el rabo y todo mundo hablaba del desparpajo del chamaco para aguantar a los astados y pasárselos haciendo contacto los pitones con los bordados del vestido de luces.

El impacto fue brutal.

Y máxime que al volver al gran escenario el 4 de septiembre, repitió color y le cortó otro rabo a un Matancillas para, dos días después, el 6 de septiembre, en el festejo en beneficio de los deudos de Eduardo Liceaga, hacer lo propio con un novillo de Garibay, sangre de Piedras Negras.

Joselillo conmocionó también. Ya se hablaba de un fenómeno y hasta se hicieron comparaciones con Manuel Rodríguez Manolete .

A ese nivel, caballeros.

Estaba tierno; darle la alternativa era adelantarlo. Se mencionó que fue error de administración de su apoderado, José Jiménez Latapí Don Dificultades , cronista taurino de gran renombre, quien decidió echarle toros en lugar de novillos, que no es lo mismo.

Aquí se debe crecer junto con los bureles. Las tardes desafortunadas hicieron su aparición. Un grupo de reventadores lo hostigaba y le gritaba herejías. Su personalidad, debe remarcarse, se imponía contra viento y marea.

Llegó la tarde del 28 de septiembre de 1947, la trágica fecha y el quinto novillo, "Ovaciones" de Santín, le hizo polvo la femoral. Aquello se calificó no de una cornada, sino de un asesinato. Culpable: sólo el destino, que, como se dice en los tendidos: "los astados tiran e infieren las cornadas, Dios es el que las reparte".

¿Cierto o no?

La herida, gravísima. Los doctores José Rojo de la Vega, Javier Ibarra y Herrera Garduño, hicieron un gran trabajo, inclusive un grupo de taurinos les ofreció una comida de agradecimiento. Joselillo fue dado de alta y precisamente el día que abandonaría el nosocomio, 14 de octubre, de pronto empezó a sentirse mal.

El diagnóstico: embolia.

Y entonces lo que alegría era dos horas antes, en llanto se convirtió; en consternación después.

Otro mártir dejaba de existir.

En esta ocasión, la deficiencia técnica chocó con los reales atributos de un torero, y los hizo trizas.

Tres veces resonaron los clarines de muerte. Tres víctimas, tres.


Julio, 2004
posted by Pedro Díaz G. @ 4:04 PM